29.12.08

Luz de gas

En el largo (o corto, según se mire) camino de la infancia, nuestros padres nos van enseñando todo: a caminar, a hablar, a comportarnos (bueno, eso algunos padres)… nos enseñan a vivir, y sobre todo a sobrevivir.

En mi caso, he contado con unos padres recios, duros, acostumbrados a lidiar una vida difícil, así que me enseñaron que ahí fuera las cosas no son fáciles, que todo requiere sacrificio, que esto es un valle de lágrimas y que hay que esforzarse. Me enseñaron que el trabajo es la base de todo, que el ahorro es conveniente, que es antes la obligación que la devoción. Leyendo esto cualquiera podría pensar que soy una persona fuerte, preparada para acometer las idas y venidas, subidas y bajadas, las dificultades de la existencia. Podrían pensar que mis padres han hecho un buen trabajo, que me han hecho una persona de bien, recta y comprometida. Pues sí, pero mis padres fallaron en algo. Se les escapó un detalle importante. Es probable que sus enseñanzas me hicieran sobrevivir a una guerra, a esta crisis, a tiempos difíciles, pero hoy tengo que decirle a mis padres que hay algo que no me enseñaron: a enfrentarme a MOVISTAR.

Lo siento, papá y mamá, habéis fallado. Ayer, por vuestra culpa, me sentí impotente, incapaz, hundida. No supe qué hacer, cómo pasar ese trance. Aunque lo intenté, no pude cambiar de móvil.

Hace 3 años y medio que vivo con mi maravilloso Nokia 6820, probablemente el mejor teléfono que vaya a tener jamás. Bueno, en realidad vivo con mi segundo Nokia 6820, porque el primero lucía este aspecto tan lamentable,




y mi amigo Juanito, que es un tipo estupendo y que me quiere más de lo que debería, me compró en ebay uno en mejores condiciones. El caso es que no se oye del todo bien, y con que pase un autobús al lado ya soy incapaz de mantener una conversación normal. Por eso cuando MOVISTAR me mandó un mensaje diciéndome que me regalaban 50.000 puntos para cambiar mi móvil por un i-phone, pues pensé que igual había llegado el momento de cambiar. En el mensaje, éste que ven en la fotografía, me dicen que acuda a una tienda MOVISTAR.

Pues bien, eso es lo que hice, acudir. En concreto fui a la de la Gran Vía, esa que cuando pasas por las noches, tienes que cerrar los ojos, porque es como mirar al sol, de la cantidad de luz que desprende. Allí me atendió amablemente un chico, al que le enseñé el mensaje. Comenzó el proceso y, al llegar el momento de hacerlo, me dice que, además de los 80.100 puntos que tengo, debo abonar 197 euros. No, eso no era lo que yo había visto. Con mis 80.100 puntos, más los 50.000 que me regalaba MOVISTAR sólo tenía que pagar 66 euros. ¿El problema? Que en el ordenador esos 50.000 puntos no aparecían. Según el chico, no había nada que hacer por su parte. En todo caso, llamar al 4636 y contarles lo que pasaba.

Hasta aquí, los obstáculos que me esperaba. No es fácil tratar con MOVISTAR, yo ya lo sabía, a pesar de que mis padres nunca me hubieran avisado. Así que allí, sentadita en la tienda MOVISTAR, llamo al 4636. Una máquina me da la bienvenida a Movistar y me pide que le diga qué quiero hacer acerca del programa de puntos: Si quiero información general, si quiero conocer mi saldo o si quiero hacer otras gestiones. Le digo que otras gestiones, porque no quiero información y ya sé cuántos puntos tengo. Entonces ocurre algo: la máquina me dice: “Si quieres hacer alguna gestión del programa de puntos, llama al 4636. ¿CÓMO? ¡Ese era el número al que estaba llamando! No se puede hacer nada. El chico me dice “se habrán ido ya, que es Nochebuena”. Bueno, hasta donde yo sé, el día de Nochebuena es laborable, y tienen un horario hasta las 22.00, y en ese momento eran apenas las 17.00.

En fin, me rindo y decido que llamaré el día 26. Así lo hago. Llamo al 4636, y de nuevo, el bucle. Llamo otra vez. De nuevo me dicen que llame al 4636. Empiezo a pensar que hacen luz de gas a los clientes. Por supuesto, todas y cada una de estas llamadas al 4636 se tarifan por parte de MOVISTAR. Pienso, en mi buena fe, que igual tienen la máquina estropeada, así que llamo desde un fijo al 1485. Me atiende una señorita a la que le cuento todo lo ocurrido. Me pide mi número de teléfono y mi DNI, y me pide que espere, que confirman mis datos. Vuelve al momento a decirme que siga esperando a que confirmen mis datos. Me lo pide otra vez. Y otra. No sé qué datos tenían que confirmar, pero la cosa se alarga unos minutos. Al final, me dice que me pasa con el departamento correspondiente. Una voz mecánica suena al otro lado del teléfono: “Bienvenido a Movistar, indique qué operación desea hacer con el programa de puntos. No, no lo puedo creer. ¡Me ha pasado con el 4636 al que yo YA había llamado! Decido volver a probar, a ver si es que a ellos sí les va. Pero no. Otra vez el muro, otra vez la voz que me dice que llame al número que he llamado. Comienzo a desesperarme, claro.

Llamo de nuevo al 1485. El proceso se repite. Me piden el número de móvil y el DNI. Se lo doy, le cuento la historia, y que me han pasado con un número que me dice que llame al mismo número. Me dice que esta vez me pasa con el departamento correspondiente. De nuevo la misma grabación. Sigo desesperándome y además empiezo a estar cabreada.

Llamo otra vez. Y otra. Una quinta en la que sin perder los nervios, pero ya con claros signos de estar a punto de explotar, les pido que no me vuelvan a pasar con una máquina, sino con una persona. En esta ocasión, creo que me abren una incidencia, y la señorita me dice que si cuando me pase con el departamento correspondiente me sale la máquina, que llame de nuevo (siempre cobrando esas llamadas, claro está) y dé ese número. Desde luego que sale la máquina.

En la última llamada trato de contarle a la señorita lo que me ha dicho la anterior, pero no quiere coger el número que le doy. Dice que ya la ve, y que esta vez me pasan con un departamento. Les digo que me pasen con quejas, me dice que son ellos. Le insisto en que estoy indignada, en que llevo 40 minutos perdidos como si hablar con ellos fuera mantener una tertulia en el Café Gijón, donde hablas con personas que se comunican como máquinas, despidiéndome con un “feliz Navidad” que me suena a sorna y cachondeo. En fin, le digo que haga lo que tenga que hacer pero que no me pase con una máquina.

Imposible. Otra vez el “Bienvenido a Movistar”. Llegados a este punto, sólo veo dos opciones, echarme a llorar o destruir todo lo que tenga que ver con esa compañía. Aún así, saco fuerzas de flaqueza, porque la vida es un valle de lágrimas, y decido irme de nuevo a la tienda Movistar de Gran Vía.

Llego, les cuento lo sucedido, volvemos a hacer la operación a ver si esta vez sale y no, no sale. Me dicen que no pueden hacer nada, que ellos ni siquiera son MOVISTAR, que son Telyco. Y yo me digo dos cosas: a mí qué me importa quién sean, y ¿por qué tengo que conocer yo la organización y las subcontratas de esta compañía? ¿qué pasa, que tengo acciones? A esa hora estoy ya, más que furiosa, harta, cansada, engañada, y estafada. Porque yo no les llamé para pedirles nada, porque ha sido MOVISTAR quien me ha hecho una oferta, así que amablemente le pido al chico la hoja de reclamaciones. Después de un rato, vuelve con esto:



En un momento creo que es la hoja interna de sugerencias, así que le miro casi con satisfacción, porque ya que me estafan, al menos tener algo más chungo aún que contar, y le digo: “Sí, muy bien, y ahora me traes la hoja de reclamaciones, la de verdad”. Me mira sorprendido y disimula un “uy, me he equivocado”, y me pide la hoja. Me la acerco y le digo: “No, no, esta hoja me la quedo yo para presentarla en la documentación”. Se marcha con mala cara y, después de un rato más largo, vuelve con ellas. Después, mirando la primera hoja, me he dado cuenta de que es… ¡UNA FACTURA! Vamos, el colmo del desprecio por el cliente. Y lo demás, pues como siempre. Rellenar la hoja y largarte pensando que les va a dar exactamente igual y que tú has perdido mucho tiempo y algo de dinero.



Pero da igual, porque yo no voy a entrar en su mundo. No voy a hacer la portabilidad a otra compañía para que me llamen y me den el iphone gratis. Yo no soy así. Soy el cliente, y lo mínimo que espero de una gran empresa como MOVISTAR es que me cuide como cliente, y no que yo tenga que amenazarles para que no me vaya después de 10 años en los que jamás he dejado de pagar un duro. Cuando me serene, lo más probable es que canjee mis puntos por un teléfono cualquiera que regalaré a alguien, y entonces sí, haré la portabilidad. Y en ese momento, espero que mantengan la dignidad y no me llamen, porque si mi teléfono suena, igual soy yo la que me estropeo y entro en bucle, y les aseguro que lo que les voy a decir, no va a ser “Bienvenido a Movistar”, y mucho menos “Feliz Navidad”.

Y por favor, los que seais padres, no dejéis nada al azar con la educación de vuestros pequeños. Adistradles en el arte de la guerra contra las grandes compañías. Sólo así estarán preparados para sobrevivir.