13.8.07

Inesperado

La gente te dice siempre que en la vida uno nunca sabe con qué se va a encontrar. Claro, es verdad, casi todo en la vida es inesperado.

Tanto como despertarte con una voz que anhelas, tanto como levantarte pronto un domingo de agosto. Tanto como que, de pronto, todo se mueva. Una mesa llena de cosas, los libros, la silla, y yo misma.

No creo que nadie esté predestinado, pero más o menos todos sabemos qué cosas no vamos a vivir. Porque todo es inesperado, pero yo siempre he sabido que nunca seré astronauta, y desde pequeña comprendí que no estaba en mi sino ganar en ningún tipo de competición deportiva. Con suerte creo que no viviré en mi carnes una guerra, y tampoco espero vivir un naufragio. No creo que me atreva a hacer puenting, y es difícil que me decida a vivir fuera de España, porque ya me veo mayor. La verdad, hasta hoy tampoco creí que viviría un terremoto, pero resulta que sí lo he vivido. Corto y no demasiado violento, pero terremoto al fin.

Dicen que los animales son especialmente sensibles a estos fenómenos. Salsa estuvo juguetona y especialmente activa todo el día, pero eso es porque le he comprado un cordón con el que de vez en cuando la engaño y hago que corra un poco para que no le engorde más ese culo que tiene. Por la noche me despertó, también con unas carreras locas. Yo estaba alucinada, porque suele ser tranquila por la noche, pero el correteo era imparable. Empecé a sospechar que perseguía algo, y el cordón sólo se mueve si yo lo tengo agarrado. Sí, Salsa perseguía una hermosa cucaracha que, sin embargo, no falleció por el acoso gatuno, sino víctima de un doble aplastamiento. El que le produjo la caída de una lámina de “El pabellón del malecón” de Michael Andrews encima,



y el segundo, cuando, tras levantar con miedo el cuadro caído, y ver una cosa negra (estaba a oscuras y aunque lo sospechaba, no sabía qué había causado tanta actividad en la gata) planté mi pie sobre la madera de la lámina en plan pisamiento de uva hasta que sonó un “Croc" que me dio un asco tremendo, pero que tranquilizó, si no mi asco infinito, si mi miedo. Quizá fuera triple aplastamiento, ahora que lo pienso.

Igual mi gata no es especialmente sensible a los terremotos, pero igual yo sí lo soy. Porque el sábado estuve rara. Nerviosa, perezosa, tanto como para llegar tarde a la peluquería y no poderme tapar las canas, en un día recuperé dos aficiones que adoro y que en los últimos meses había perdido: pasar una tarde viendo películas y llorar.

Horas después de que la tierra se haya movido bajo mis pies, de haber pasado un domingo de total vegetación, viendo a Jonathan Rhys Meyers haciendo de Enrique VIII y a Kate Winslet enamorarse de un compositor de bandas sonoras, de teñirme el pelo en casa después de más de diez años haciéndolo cómodamente en la peluquería (donde no te manchas de tinte hasta los muslos), de pronto pienso que mi vida puede cambiar.

Que quizá un día me dé por irme a vivir fuera, que a lo mejor voy y hago puenting, y que es posible que todo lo que he soñado últimamente pueda ser algo más que un sueño. Porque como muchas cosas buenas en la vida, ha sido inesperado, y a veces cuando pienso en ello, tiemblo, y sin ayuda de los terremotos.



Este es un regalo que me ha hecho esta mañana el Roedor, pero que viene al pelo para la ocasión, claro.