28.5.07

¡Vota!

Lara tiene 19 años, y hoy (bueno, ya ayer) ha votado por primera vez. Lara es guapa, Lara es inquieta, Lara tiene muy mal genio y es rápida de lengua, como lo somos mucho en mi familia, me temo. Es contestataria, y está viviendo a tope esa edad en la que todo se protesta, porque parece que si lo haces, las cosas cambiarán. A Lara le gusta la música electrónica y le gusta el flamenquito. Está delgada y luce ombligo. Se pelea con sus amigas y coquetea con los chicos. Se va con sus amigos de juerga (imagino que de botellón, aunque cuando se lo pregunto me mira y me contesta: “Ay que tonta´queres”) y tiene en un puño a su madre. Estudia y trabaja, para ganarse los dineros y pagar la factura del móvil, que trae a mal traer a su madre.

Lara es mi sobrina, y me gusta. Porque aunque tenga esa lengua larga, llena de “ejques” que le raspan la garganta y que de cuando en cuando te da como un látigo, es cariñosa y tiene buen corazón, y me regala muestras y me compra cremitas a buen precio. Hoy la he llamado, porque era su primera vez como votante. Le he preguntado si le hacía ilusión votar, y me ha dicho que no. Me he quedado tan helada por la respuesta que he insistido y le he preguntado por qué. Dice que no le convence la política, que no se cree nada. La verdad, me ha extrañado la respuesta, pero como Lara es mi sobrina y conozco a su familia, que es la mía, me ha dolido aún más oírlo. Porque sé que sus padres le han inculcado lo importante que es esa cosa tonta de meter unos papeles en un sobre, porque ellos eran como Lara cuando la democracia empezaba a avistarse en este país, y saben que no es tan fácil como a Lara pueda parecerle.

Hoy, cuando he acompañado a mis padres a votar, me he encontrado precisamente con esos recuerdos de la transición, que parecían imposibles de encontrar, pero que una verja ha salvaguardado, y que en lo que hoy ha sido colegio electoral, recordaban que no siempre votar fue algo tan normal en España. Han pasado muchos años, claro, y el cartel está muy deteriorado, pero lo que pedía era, agárrense, la mayoría de edad y el voto a los 18 años. Quizá Lara no lo sepa, y por eso, a sus 19, no le ha hecho mucha ilusión votar.


Tampoco sabrá lo que era el PTE, y seguramente haya oído hablar muy poco de Enrique Tierno Galván, fundador del partido. Claro, que Tierno Galván no era un político como los de ahora, y menos como los candidatos de Madrid, especialmente los de los dos partidos “grandes”, y a lo mejor si hubiera tenido 19 años entonces, hubiera ido a votar con más alegría que ahora.

Pero aunque todo sea diferente, aunque por suerte para Lara votar sea algo normal, sigo preguntándome por qué a ella no le hace ilusión, aunque al final haya ido y haya votado, y se haya estrenado con un voto no útil, pero más o menos sentido. Y entonces pienso que no es culpa de Lara, ni de sus padres, claro. Algo tiene que haber para que a alguien de 19 años no le haga ilusión ir a un colegio electoral sintiendo que va a hacer algo grande.

¿Y qué es ese algo? Pues no lo tengo claro. Supongo que son varias cosas. Que llevamos años escuchando a la clase política pegarse puñaladas con mal gusto, que sólo son protagonistas de escándalos de corrupción, y que para colmo de males, son gente muy aburrida. Yo no acabo de estar de acuerdo con todo esto, y no me gusta criticar a los políticos, porque quiero pensar que a la mayoría les gusta y les importa lo que hacen, y porque creo que no hay dinero para pagar a la gente que hace política, aunque la gente diga que cobran mucho y tienen dietas.

Por eso muchos seguimos yendo a votar, no sólo por “cumplir” como ciudadanos o para dar por culo al adversario político, sino porque nos gusta el rito. Mirarte en el censo, coger las papeletas (yo lo hago ante todo el mundo, porque me gusta sentir que no tengo nada que ocultar, mientras mis padres vienen con la papeleta de casa, recelosos de que el vecino vea a quién votan), meterlas en el sobre y llegar, con la cabeza muy alta y el DNI en la mano, a la mesa, donde el presidente dice tu nombre y todos miran mientras el (o tú, si te dejan, como a mí en las últimas elecciones europeas) introduce los votos en la urna y dice ¡Vota!.

Yo sé que es de tontos, pero a mí en ese momento se me ponen los pelos de punta, un escalofrío de placer me recorre la espalda y me siento importante, poderosa.

Este año no he podido hacerlo, porque por pura vagancia no me he empadronado aún en esta ciudad. Pero da igual, yo he votado. Y como para Lara, esta ha sido mi primera vez. Para ella en urna, para mí por correo. El miércoles recogí mi documentación en Correos, me senté, saqué todas las papeletas, metí las elegidas en el sobre y me dirigí a una de las ventanillas. Le di a la funcionaria mis papeletas, junto a mi DNI. Ella cogió el sobre con las tres papeletas dentro (yo he votado en Canarias), le plantó un sello y lo puso junto con otros sobres de voto por correo. Yo sonreí, le di las gracias, y al volverme para salir me tapé la boca con la mano, como si fuera a toser, para decir, con sonrisa de pilla y en voz baja, ¡Vota!

23.5.07

Vender hasta la madre

Aunque sé que debería hacerlo más, veo poco la tele. “En casa del herrero, cuchillo de palo”, pensarán algunos. Y probablemente así es. Y no es porque no me guste la tele, que me gusta, es porque, no lo vayáis contando, no me gustan algunos de los programas que hay. Bueno, no me gustan a mí, lo cual no quiere decir que no le gusten a millones de españoles, así que no los juzgo, me limito a aceptar que quizá no soy el público potencial de esos programas, incluidos la mayoría de aquellos en los he trabajado, lo cual no quiere decir que me disguste hacerlos, simplemente que no soy el público potencial de esos programas.

Luego hay otros que me gustan, pero se me olvida verlos, y luego hay algunos que, si estoy en casa, no me los pierdo. Es el caso de “House”, que no es un programa, es una serie, pero que me gusta. Porque sí, porque gusta ver a los médicos como personas que se equivocan, como personas infelices, felices, satisfechas o insatisfechas, y no como esa especie de semidioses que se creen algunos. Y porque me encanta no entender nada, y porque casi siempre acaba bien. Sí, y porque me gusta Hugh Laurie, del que adoro sus ojos tremendamente azules, su barba recortadita y esa figura larga de hombre que no se acaba nunca.

No me suelen gustar las series en la tele. Están dobladas y me he hecho absolutamente radical en el tema subtítulo, estás obligada a un día y una hora, y además hay mucha publicidad. “House” no es una excepción, pero me gusta la voz del doblador, los martes suelo (solía) estar pronto en casa y no meten cortes muy largos.

De todos modos, no me importa que haya publicidad. Soy poco aficionada al zapping publicitario. Me molesta porque eso hace aumentar la duración, pero no por los anuncios en sí, que me apasionan. Me alucina la gente que se dedica a la publicidad, y me cuesta creer que una persona pueda sacarse de la cabeza esas historias de apenas 30 segundos (un minuto máximo), que te dejan con la boca abierta, que te hacen reír o te hacen llorar. Porque a mí hay anuncios que me hacen llorar, creo que ya lo he contado aquí, pero como entonces era tonta y no sabía poner vídeos de Youtube, lo repito. Este anuncio de Coca Cola me hace llorar. Siempre.



No todos me gustan, claro. Algunos son vergonzosos, vergonzantes e indignos, sobre todo en esta época, en plena operación bikini, donde en la sobremesa la mayoría de anuncios son alimentos Light, cremas reductoras, láminas saciantes y mil mensajes opresivos más. Pero por la noche es diferente. Y hoy, en el intermedio de House, han puesto dos maravillas casi seguidas. La primera es ingeniosa, usa muy bien el recurso de la música, una canción que conoce todo el mundo dentro de una determinada generación (seguramente aquella a la que los anunciantes quieren vender el coche), e incluso la imperfección de la letra de la canción, le da un toque muy espontáneo. Es la última campaña del Renault Megane:



¡Bueníiisima! El domingo, charlando con Ismael, Nati, Freud y Pétalos (bueno, y con un irlandés que no podía estar más bueno) nos preguntábamos cómo consigue Renault contratar a tanta gente (Prosinecki, Amunike, Richard Clayderman) para que se ría de sí misma.

El segundo me ha encantado, seguramente porque me recordó mucho (igual al publicista también) a esa canción que me cantaban en casa de pequeña, la del lobito bueno, con letra de José Agustín Goytisolo. Leed el poema…

Érase una vezun lobito buenoal que maltrataban todos los corderos.Y había tambiénun príncipe malo,una bruja hermosay un pirata honrado.Todas estas cosashabía una vez.Cuando yo soñabaun mundo al revés.

…y ved el anuncio.



Aunque sea para vender y yo jamás me vaya a tomar una Cruzcampo Light, porque no tomo cervezas Light, ¿no os da buen rollo? A mí sí. El último anuncio lo he visto esta tarde, y es el ejemplo perfecto de cómo dirigir un producto: a un público determinado, muy específico, sin intentar abarcar demasiado pero con una precisión pasmosa. Una franja concreta, pero eso sí, unida. ¿Las armas para conseguirlo? ¡Más fácil imposible! Pero claro, hay que saber verlo, y los de Coca Cola lo han visto. Alguno ha debido recibir mil mails de recuerdos de los ochenta, de esos que vanaglorian nuestra infancia y vienen a decir qué éramos estupendos e imaginativos, la última generación, y todas esas cosas que decimos siempre para destacarnos de los demás y darnos una importancia que no tenemos, porque somos la primera generación educada en la democracia, los primeros niños bonitos que no tuvieron que luchar por nada. Pues ahí está todo eso, en un anuncio que coge a una generación y la une, en sus filias, sus fobias, sus recuerdos y sus vivencias.



La verdad, he descubierto hoy los tres anuncios, y además el episodio de “House” ha sido magnífico. Por más que dijeran en “La bola de Cristal”, quizá debería ver más la tele.

21.5.07

I don´t like Mondays

La consigna de medio mundo cuando suena el despertador después del fin de semana es esa, odiar los lunes. Para mí, sin embargo, los lunes de estos últimos cinco meses y algo han sido más apacibles. No sonaba el despertador, sino que la luz de la ventana o el peso de una gata sobre mis piernas eran las que me obligaban a abrir los ojos y a arrancar.

Poner comida a Salsa, escuchar el agua del grifo cayendo en el recipiente, el café desparramándose sobre la encimera (porque soy torpe), encender el fuego y colocar la cafetera mientras enchufaba la tostadora y sacaba unas naranjas han sido mi rutina posterior al abandono de la cama, mientras los demás llevaban varias horas enfrentando la semana.

Es raro vivir un domingo cuando los demás están viviendo el lunes. Ir sorbiendo el café mirando por la ventana y ver la actividad del barrio. Las madres arrastrando a los niños, las señoras arrastrando el carro, algún paseante arrastrando el perro, los viejos arrastrando los pies hasta el banco más cercano. Y yo arrastrándome por la casa. Porque me cuesta arrancar.

Cuesta arrancarme de la cama, cuesta arrancarme del ordenador, cuesta arrancarme de mis continuas distracciones y cuesta centrame. Cada lunes era un montón de proyectos: empadronarme en Madrid, poner mi nombre en el buzón, salir a pasear por el Retiro, ir al banco a reclamar, apuntarme a algo, hacer esos papeleos que siempre tengo pendientes, ponerme a dieta. Han pasado casi seis meses y no he ido al Retiro (al menos no un lunes), no me he empadronado, no he puesto mi nombre en el buzón, no he ido al banco a reclamar, no me he apuntado a nada y no he hecho los papeleos pendientes. Y por supuesto, no me he puesto a dieta.

Muy al contrario, esos desayunos igual eran a las nueve de la mañana que a las once y media, la comida (salvo algún día que he comido con mis padres) nunca ha sido antes de las cuatro, y los lunes no han sido más que una forma de hacerle un agujero constante a mi cartera. Porque salir un día de diario por Madrid no es más que una invitación al gasto.

Los lunes son sólo la punta de lanza de cinco días dedicados al trabajo, hasta que llega el momento de poder dedicarse a uno mismo, así que los lunes nadie va a la peluquería para ir a trabajar guapa el martes. Yo sí, porque todos los lunes eran mi día. El día oficial de Silvia. El día de taparse las canas que los malos pensamientos y las penas inventadas me han puesto en la cabeza. El día de vencer a los rizos y parecer una niña buena de melena lisa, el día de retocar el flequillo y olvidar todos esos años de pelo “fosco”.

Luego, ya en la calle, oía voces. Me decían: “Ve al H&M, ve al H&M”, y yo iba, sonámbula, al H&M, y me embriagaba de camisetas, de diademas, de vestidos, de sujetadores talla 100D y de tallas L. Y mi VISA se deslizaba suavemente por el filo del datáfono, y yo recibía con una sonrisa el ticket y el bolígrafo de manos del dependiente y estampaba mi firma, y le devolvía el boli y el ticket con una sonrisa, como una estrella devuelve el boli y el bloc al fan, agradecida por su cariño.

Luego salía a la calle y paseaba feliz por la Gran Vía, mirando al cielo azul de Madrid y balanceando mi bolsa. Bajando la calle, cruzando hacia Callao, enfilando Preciados para entrar en la FNAC. Primera planta: películas y series. Segunda planta: música. Tercera planta: Libros. Cuarta planta: más libros. Y como era mi día, el día oficial de Silvia, yo me paseaba por la FNAC como una reina. Mirando series, ojeando revistas, abriendo libros, imaginándome cómo los iba leyendo todos, sentada en el autobús, sentada en el metro… y los miraba, y los cogía, y los iba juntando, apretándolos contra mi pecho. Y la VISA se frotaba con el datáfono de la FNAC, juguetona, promiscua, y yo volvía a estampar mi firma y a sonreír, y volvía a la calle, a seguir balanceando mis bolsas.

Muchas tardes de cine en solitario y en V.O, una tentativa (siempre acabada en fracaso) de entrar en algo de ZARA, alguna exposición (menos de las que he podido), algún concierto, alguna cita vespertina con amigos que se animaban a empezar la juerga los lunes, unos episodios de CSI, alguna actualización, alguna visita a la fisio para que me enderezara la espalda y muchas horas perdidas que se acaban hoy.

Porque si lo pienso bien, igual también odio los lunes, y si no, lo haré la semana que viene, que esta vez comenzará con un despertador, con prisas, nervios, y una laaaarga ruta de metro. Porque es mi última semana de martes a sábado, y la semana que viene volveré a ser una persona “normal” y la caja del “H&M” de Gran Vía notará el bajón y yo tendré que hacerme famosa para poder seguir firmando autógrafos y devolver el boli y un bloc con una sonrisa.

17.5.07

¡Hola guapa!

Se avecinan despedidas. Pero como aún me quedan unos días, casi prefiero empezar con las bienvenidas. Un ¡hola! Siempre es mejor que un adiós. Ya lo veis. El ¡hola! va entre signos de admiración, y significa que está todo por empezar: una charla, un paseo, unas copas, un viaje, un romance, una bronca, un desengaño…

Cuando dices adiós todo es distinto. Algo se ha acabado. Puede que tenga continuidad, claro. Al día siguiente en el trabajo, la semana siguiente en otra cita, al mes siguiente con otra cruz en el calendario… pero entonces lo que se escucha es un nuevo ¡hola! Un adiós siempre es un final. Triste o alegre, pero final. Y tras un adiós, toca recoger. Meter recuerdos, papeles, fotos. Amontonarlos y cargarlos a casa en una bolsa.

Por segunda vez en lo que va de año meteré en una bolsa de Carrefour, de H&M o del Juteco la varita mágica que me regalaron los del “Soy…”

Por segunda vez en lo que va de año desmontaré mi altarcito, y las fotos de Rufus Wainwright, del Doctor House, de Franz Ferdinand, de los Arctic Monkeys y una nueva de Mika se vendrán conmigo.

Por segunda vez echaré las lagrimitas y me lamentaré de llevar esta vida de nomadismo televisivo. De cadena en cadena, de plató en plató, de ordenador en ordenador. Alguno me dirá que esta vez es voluntario, y que sarna con gusto no pica. No pica, no, pero mortifica.

Por eso prefiero decir ¡hola! a una nueva propietaria. Aunque no tenga que pagar letra, aunque no tenga que hipotecarse, le va a tocar amueblar su nueva propiedad. Dice que cada día, yo apuesto a que será cuando pueda. Un poco como hacemos todos.

Ella, una madre trabajadora y estresada, me llama ex compañera. Vamos, que ya me está diciendo adiós. Pero hoy estoy emperrada con los ¡Hola!, así que me voy a acordar de los que he compartido con ella.

Del primero es probable que no me acuerde, pero sería en alguna fiesta de empresa. Contentillas, bien vestidas, bien peinadas, celebrando. Luego nos vimos en una despedida alegre, y el siguiente hola que recuerdo es el que nos ha unido estos meses. Un hola al que yo respondí con los ojos llorosos, contándole que acaba de quedarme sin trabajo. Prometió decírselo a su jefe, también el mío hasta unos meses antes, y al que conozco desde mis primeros pasos en televisión. La maquinaria estaba en marcha. En unos días había un nuevo hola, esta vez en forma de compañeras. Y al día siguiente otro adiós, porque se iba a dirigir un programa nueva. El adiós de una afortunada que dejó el trabajo para irse a vivir nos regaló un nuevo ¡hola!, que hemos ido renovando cada día, hasta ayer.

Aunque en nuestro caso parece que ha sido necesario un adiós para decirnos cosas que igual podríamos haber dicho antes, para echarnos flores y para hablar de frikadas como los blogs en vez de hablar de freaks como Richy Bastante (Little, le he hecho jurarme sobre el “¡Hola!” que no lo traerá jamás).

Pero bueno, ahora promete escribir mucho. De ella, de su estrés, de su hija (que es tan guapa que le da miedo), de su marido que es estupendo, de sus plantas, de lo mucho que le gusta el bricolaje casero, de cómo va a pintar su casa ella sola y de los relatos que escribía en su libreta de bolso y que ahora no se atreve a poner en el blog. Y del desengaño de la liberación femenina que ahora le golpea. Porque ella, como muchas mujeres, anda ahí a medias entre la educación que le dio su madre y la que ella le va a dar a su hija. Y por más que le pese, y por más que crea que nos han engañado, le enseñará a su hija (la más guapa) cómo ser una mujer “liberada”.

¡Hola guapa!

9.5.07

Aznar, el vino y la picaresca española

Desde que dejó de ser presidente del gobierno y luce melena, Aznar anda como vaca sin cencerro. Paseándose por medio mundo soltando perlas con ese inglés de acento indefinible que tiene, y deleitándonos con un humor que, la verdad, hubiéramos agradecido más cuando gobernaba y era siempre un señor muy serio, enfadado, como si fuera a todas horas con un palo metido por el culo.

Yo creo que la primera vez que le presté atención a Aznar fue cuando acudió a dar una charla a la Facultad de Ciencias de la información, donde yo estaba matriculada. Allí, y eso que la facultad tampoco era ningún centro de rojerío, se desplegó una pancarta desde el cuarto al primer piso que rezaba, en un bonito pareado:

"Aznar, no nos mola
tu labio de escayola"

No sé qué dijo en aquella charla porque imagino que yo ya estaba trabajando, porque si no estoy segura de que no me la hubiera perdido. Luego le he tenido que prestar atención muchas veces, porque se convirtió (por voluntad popular, mal que nos pese) en Presidente del gobierno. Durante años, Aznar sólo me daba risa si veía caricaturas suyas en "El Jueves", que hay que reconocer que perdió fuelle desde que él se fue, porque Zapatero el pobre es soso hasta para las caricaturas. Tras perder las elecciones, de nuevo un versito, esta vez en forma de pintada cerca de mi casa, volvió a hacerme sonreír aunque estuviera puesto su nombre. Ponía esto:

"¡Qué felicidad,
vivir sin Aznar!"

Tras un tiempo prudencial sin verle cada día en el telediario, ahora tengo que reconocer que Aznar a veces hasta me hace gracia. De hecho, después de verle hacer cosas tan tontas y ridículas como poner los pies sobre una mesa junto a Bush, meter un boli en el escote de una reportera (que dicho sea de paso, para trabajar en un programa de humor, no se lo tomó con mucho ídem) hablar en inglés a pesar de que habla MUY mal, soportar estoicamente que, a pesar de haber sido presidente del gobierno de un país más o menos conocido y de haberse esforzado mucho en hacerse un señor importante dentro de la política internacional, un reportero australiano no sólo no le reconozca, sino que le ignore, en ocasiones se me antoja hasta un señor entrañable, y tiendo a pensar que sus salidas de tiesto son más desafortunadas que malintencionadas.

Simplemente nuestro señor (bueno, más suyo que mío) no le concedió el don de la gracia. La verdad, no tengo claro que le concediera algún otro, pero algo bueno tendrá el pobre. Pensándolo bien, sí, le dio un pelazo. Porque Aznar tiene pelazo, como "El Puma". Sinceramente, no hay nada peor que ver a una persona que no es graciosa no ya haciéndose el gracioso, sino pensando que lo es.

El caso es que la semana pasada al expresidente le nombraron Bodeguero de Honor de la Academia del Vino de Castilla y León. Imagino que por allí correría el vino. Y no sé si por eso o porque es de natural lenguaraz, Aznar soltó esta prenda que ya hemos escuchado mil veces durante los pasados días, pero que repito para el que no la conozca:


Hay otra frase que pronunció luego, pero que ahí no sale, y que es ya el colofón del Festival del humor con el que obsequió el ex presidente del gobierno a los señores bodegueros que, como se puede ver y escuchar en el vídeo, quedaron encantados con el "speech". Es ésta: "Los que hemos defendido siempre la libertad y creemos que es buena, defendemos también que la gente pueda tomar sus decisiones".

Bueno, no haré comentarios a ese "siempre", ni a eso de que la gente pueda tomar sus decisiones. A mí la verdad es que me extraña que Aznar no esté concienciado con los problemas del tráfico en nuestro país, cuando él ha vivido de primera mano las consecuencias de ir a más de lo que se debe. Pinchen ahí, por favor:

http://www.elmundo.es/elmundo/2003/07/09/sociedad/1057727322.html

De cualquier modo, lo peor de esta tontería que soltó Aznar es que, además de no ser nada apropiada para un señor de su condición, y de no ser muy correcta dado el gran problema que suponen en España los accidentes de tráfico por causa del alcohol, es que no tiene razón.

En este país que nos (bueno, que me) ha tocado vivir, sí que te tienen que decir lo que hacer, al menos en lo que a comportamiento social se refiere, porque en este país si no nos dijeran cómo debemos comportarnos, viviríamos en un estado de saqueo y caos permanente. ¿Suena esta frase tajante? ¿Exagerada? ¿un discursito a lo "me duele España"? No, corresponde a un pensamiento que vengo manteniendo desde hace años, y que he ido ampliando y asumiendo cada vez más en la convivencia diaria y en esas breves vacaciones de agosto en las que me he ido en plan turisteo fuera de nuestras fronteras.

Basta con repasar la última semana para saberlo. Anuncios de la Agencia tributaria para recordar los plazos e instar a la gente a que pague sus impuestos. Una cantante famosísima, con dinero suficiente, como diría Marujita Díaz, "para pagar la luz hasta que me muera", metida en una trama de corrupción en la que se han llevado de Marbella millones y millones de euros que correspondían a su pueblo (A Marbella, no al pueblo de la Pantoja). Disturbios en Madrid por protestas cometidas por jóvenes ansiosos de diversión, pero menos ansiosos de respetar el descanso ajeno, mear en un lugar que no sea de paso habitual, o depositar los cascos en los lugares adecuados. No exagero con respecto a esto de los disturbios. En el transcurso de la gresca, alguien acabó rompiendo el escaparate de la tienda Desigual que hay en Fuencarral y saquearon todo su contenido. Igual que un día en que se fue la luz en la Gran Vía y, según relato de Juan, la gente salía del H&M con las manos llenas de ropa.

Pero no hace falta ir a los periódicos. Sólo hay que mirar alrededor. Algunos trabajadores fuman en el lugar de trabajo, a pesar de que haya una ley que lo prohíba. Los jubilados piden medicinas (sin cargo para ellos, pero sí para la seguridad social que todos pagamos) al médico para dárselas a sus hijos, “para que no les cueste”. La gente compra pisos de protección oficial, que les salen muy baratos, y aunque esté prohibido hacerlo, los vende luego en negro, sacando beneficio propio de un dinero pagado por todos. La lista es interminable: a mí me molestan los que se van del trabajo y no apagan el ordenador, los que no separan la basura, los que imprimen mil veces un documento…

Lo peor de todo no es ya que se hagan estas pifias, es que además la gente se muestra orgullosa de hacerlas, y las cuenta de forma impúdica, vanagloriándose de que ha estafado a hacienda. Y los demás les jaleamos y decimos: “Ole sus cojones”. Igual podríamos cagarnos en sus muertos, pero no, le alabamos y admiramos su tremenda jeta. Incluso las mismas cadenas de radio que hablan, dándose golpes en el pecho, de lo terrible de los accidentes de tráfico, acaban el informativo y dan paso a un espacio que les hace ganar dinero y en el que se anuncia un GPS que detecta todos los radares, que te avisa para que aminores la velocidad y no te pille la guardia civil. Es la doble moral y el morro en su estado más puro.

No sé si algún día cambiarán las cosas para nosotros. Si un rayo de vergüenza nos traspasará y decidiremos que vivir en sociedad exige cumplir las normas de esa sociedad. Si entenderemos que obedecer a ciertos mandatos no nos convierte en borregos, sino en buenos ciudadanos. Que para defender los derechos hay que cumplir los deberes y, en suma, que ser un chorizo y un jeta no te convierte en un tío guay, sólo en un chorizo y un jeta.

En cuanto a Aznar, deje usted la bebida. Y la política. ¡Y córtese ese pelo, hombre, que parece un hippie!

4.5.07

Esperando...

… que llegue al fin el buen tiempo, que se vaya la lluvia, que el sábado pase pronto (para que sea domingo y no haya que trabajar) y que vuelva la salud a mi maltratado organismo.

Ni la leche de vaca natural (sí, esa que hay que hervir y que luego forma centímetros de nata sobre la cazuela humeante), traída hasta Madrid en una botella de plástico, ni los huevos de gallina, ni las fresas naturales de la huerta de Heliodoro, ni los cariños de mami han conseguido evitar que me dé la gripe de entretiempo, esa que nos ataca en cada cambio de estación, cuando una no sabe si sacar la crema autobronceadora y los escotes pronunciados (ya, ya sé que llevo escotes pronunciados todo el año, pero “manga corta” no altera la libido masculina, mientras que “escote pronunciado” sí lo hace) o cargar otra vez con el abrigo en el metro.

Cada vez lo mismo. Te levantas por la mañana con una levísima sensación en la garganta. Es como que hay algo ahí que rasca cuando intentas tragar. Piensas que has dormido con la boca abierta y agradeces que no haya ningún hombre al lado que te haya oído roncar (¡Ups! ¿Acabo de confesar que ronco? ¡Qué tonta puedo llegar a ser!). Vas a desayunar. La sensación persiste y comienzan las sospechas. “No, no puedo haberme pillado la gripe”. Por tu cerebro desfilan las imágenes de las últimas veinticuatro horas, como cuando se supone que te vas a morir, que te pasa toda la vida por delante y te ves cuando eras niña y te quitaban los lápices del cole, y luego cuando eras invisible para los chicos, y después cuando te dabas el primer beso, y luego cuando te pillabas la primera borrachera, y el primer polvo, y el primer trabajo, y la primera tarjeta de crédito, el primer piso, la primera hipoteca chispaaaaaaaaas…

Esto es más breve, claro. La secuencia viene a ser así: Te levantas, desayunas, te duchas, te vistes, sales a la calle, te abrigas, entras en casa, te quitas el poncho, tus sobrinos (unos angelitos, mírales aquí qué tranquilos) están peleándose fuera.

Te pones el poncho y sales para convencerles de que no deben pelearse. Entras de nuevo en casa, te quitas el poncho. Te pones el poncho y sales para decirle a tus sobrinos que tienen que compartir el camión. Entras otra vez en casa, corres para coger el móvil porque sólo en el piso de arriba hay cobertura. Bajas. Te quitas el poncho (en este momento tengo ya los pelos estilo Cruella de Ville antes de estrellarse con el coche). Sales de nuevo para decirle a tus sobrinos que no te extraña que sus padres se hayan ido para descansar de ellos. Entras. Tus sobrinos también, algo contrariados. Les explicas que sus padres quieren estar solos para ir de paseo y quererse y darse besos.

SOBRINO MEDIANO: “¿Besos en la boca?”
TÍA INEXPERTA: “Sí, besos en la boca”
SOBRINA MAYOR: “Hala, qué guarra”
TÍA INEXPERTA (PERO NECESITADA): “¿Y por qué? Dar besos mola. Los besos son algo muy bonito. ¡Dáme un beso, pedorra!” (SUCESIÓN DE BESOS DE TÍA, CON SONIDO ESTREOFÓNICO AL LADO DE LA OREJA)
SOBRINO PEQUEÑO: “Jijiji”
SOBRINO MEDIANO: “¿Papá y mamá se están dando besos de amor?”
TÍA INEXPERTA (METIDA EN UN JARDÍN): “Pues claro”
SOBRINO PEQUEÑO: “Jijiji”

Sales de nuevo y propones jugar en el jardín. Corres y chillas. Te sientas porque estás vieja y te falta el resuello. Vale. Aquí paramos la secuencia y obtenemos la información necesaria para concluir que al no ponerme el puuuuuto poncho (pero por qué no me llevé el plumas y punto), sudar y quedarme quieta al fresco montañoso, la he cagado.

Y ahí está, esa persistente sensación de que te rasca la garganta, añadiendo luego una especie de sensación extraña y ajena a otros comienzos de gripe. Un picor raro en la espalda. Esta vez la secuencia se remonta a un día anterior. Paseo por el pueblo. Saludos varios a los oriundos. Avistamiento de nuevas incorporaciones al censo del pueblo: Dos potros, un jato y unos cuantos mastines. Visita al jato, visita a los potros y visita a los mastines. Damos de nuevo al pause y analizamos. ¿Qué tenemos? Picor persistente en varias zonas de la espalda, acompañados de pequeños ronchones y granitos rosáceos. Conclusión: éste hermoso ejemplar se ha colado en alguna de mis prendas.

Diagnóstico: gripe de entretiempo y picaduras de pulgas.

Y aquí estoy, con los ojos llorosos, tosiendo, con el moquillo cayéndome, engordando la fortuna de Juan Abelló (¿Frenadol no era de Abelló? Ah, pues no, es de ¡¡Johnson & Johnson!! ¿Se me quedarán los pulmones suaves y con brillo, como con el champú?) y cargándome el planeta con el uso indiscriminado de Kleenex.

¿Qué más me podría pasar? Si esto lo hubiera estado escribiendo ayer, hubiera dicho: “Que el juez de la “Operación Malaya” detenga a la Pantoja”. Pero por suerte eso ya ha pasado, y es posible que, gracias a las desgracias (o presuntos delitos) de I.P, hasta tenga un viernes más tranquilo en el trabajo. Eso espero, porque el cuerpo no me da “pá”más.