21.8.06

Mirando de nuevo a Europa

Hace un rato venia de cenar en un diner, uno de esos restaurantes que salen en las peliculas, en los que una especie de trailer enorme hecho de metal se convierte en un bar donde la gente va a cenar por las noches, porque abre las 24 horas. Bajando por la calle 34 oeste, miraba la figura imponente del Empire State Building, iluminado como cada noche. De pronto, las luces se han apagado. Y en ese instante de descanso y silencio nocturno en la ciudad que nunca duerme, he sentido que, como si alguien hubiera apretado un interruptor, mi viaje se ha acabado. Aun me queda la manyana del lunes, pero con la maleta hecha, y todos los regalos y compras metidos en una nueva que he tenido que comprar, me he dado cuenta de que hasta aqui ha llegado el suenyo que he esperado tantos anyos. Solo tengo clara una cosa: que esta vez no esperare tanto para volver.

17.8.06

Tocar el cielo con los dedos

Esa es la impresion que tienes cuando llegas a NY y ves sus rascacielos, la de que estas en un lugar donde todo es posible. No me pidais que explique por que, pero de algun modo parece que todo es mas facil. Si se pudo construir el Empire State en un anyo (tengo teclado ingles, sin enyes ni tildes, sorry) por que no voy a poder triunfar yo aqui? Obviamente es una tonteria, aqui hay mucho triunfador, pero mucho perdedor. Basta mirar por alguna esquina o las caras de la gente que va en el metro por la noche (sobre todo si te confundes de linea y te diriges al interior de Brooklyn casi a las once) para ver rostros cansados de gente que seguramente pasara su vida yendo y viniendo de trabajar, y que es mas que probable que no pise nunca alguno de los dos teatros en los que yo he estado en 10 dias. Es igual, el suenyo americano parece cerca desde aqui.

Nueva York es un tornado de sensaciones. Es llegar y sentirte abatido, agobiado, tal es la cantidad de senyales que recibes. La fuerza de los neones, los ruidos de los coches, las sirenas de la policia, los olores de las toneladas de basura que se acumulan hora a hora en los bordes de las aceras, todo es susceptible de ser examinado, de ser fotografiado, de ser vivido.

Comprar el Time Out (la guia del ocio neoyorquina) es directamente para echarse a llorar. No sabes por donde empezar. La oferta cultural de la Gran Manzana es gigante y abarca todas las artes, todos los estilos y todas las epocas imaginables. Ademas, cada tienda, cada museo, cada asociacion de actores, musicos o artistas varios organizan miles de eventos gratuitos durante el verano, por lo que ya directamente es como para inyectarse cafeina en vena y no dormir nunca.

Solamente me quedan cuatro dias para seguir viviendo mi suenyo americano. Espero al menos triunfar en este intento absurdo de conquistar una ciudad que es totalmente inabarcable, y que de momento me tiene ganada la batalla: yo soy la conquistada.

11.8.06

Cerrado por vacaciones

Siempre me ha encantado esta frase, que veía cada verano en las tiendas y los bares de mi barrio. Unos ponían las fechas en las que se iban a ausentar, otros solamente indicaban, quizá para dar envidia, que el cierre estaba echado por placer, que tenían guita para llenar el seiscientos y largarse con la familia a la playa. Entonces agosto era un mes fantasma. Todo se paralizaba, la ciudad estaba casi dormida. Ahora todo es distinto. Salir por Madrid en agosto no es muy diferente de Salir por Madrid en octubre.

También en mi casa echábamos el cierre. Mis padres, pese a las dificultades económicas, siempre me llevaron de vacaciones, una cosa más que mis hermanos me recordarán para hacer notar que mi llegada tardía me convirtió en una privilegiada. Gijón, Mazarrón, Torremolinos, donde vivimos en directo la boda de Carlos y Lady Di, y también las dificultades de mi madre con el idioma inglés, que no entendía porque casi en cada casa había un cartel en el que ponía “forsale”…

Entonces me gustaba mucho más la playa, aún cuando mi hermano, abusando de sus años de ventaja, se vengaba de la hermanita pequeña enterrándola en la arena y dejándola totalmente inmovilizada. Todavía hace unos días, celebrando los 22 veranos de mi sobrina, me lo volvió a recordar: “Eras muy repelente, ahí chillando: “Mamaaaaaa, dile que me saque” y mamá diciendo “¡Saca a la niña ya, Jose!””. Mi hermana y mi cuñada jaleaban la historia, y Raquel y Lara reían, mientras yo trataba de explicar una vez más que era una niñita de seis años totalmente inmovilizada en la arena y con un hermano abusón que me amenazaba con dejarme ahí cuando se fueran todos.

Años después, igual para expiar su culpa, fue él el que me llevó a la playa. Benicàssim, Peñíscola, Gandía, Torrox… aguantando a una niña tonta viviendo su primer noviazgo.

Ya hace unos cuantos años que me voy de vacaciones por mi cuenta, atendiendo tan sólo la obligación familiar de pasar pro el pueblo aunque sólo sea una semana. Este año también me voy de vacaciones, pero muy lejos de las playas de mi niñez. Tras años de sueños frustrados por falta de capital, de fechas o de alguien que se animara, hoy me iré donde siempre he querido ir, al lugar que muchas veces he imaginado mi casa, a ese sitio que he visto más que muchos rincones de mi ciudad. Si la policía, el terrorismo internacional, Iberia y los de inmigración de USA lo permiten, esta noche pisaré por vez primera Nueva York, la capital del mundo, la ciudad que nunca duerme.

Hace días que he desistido de trazar planes. Tengo un problema muy serio, y es que cuando veo muchas cosas juntas soy incapaz de ordenarlas, así que tras hojear cinco guías y cientos de páginas de Internet, me he dado cuenta de que no iba a lograr trazar un planning. Cuando llegue allí, y tras pasar las primeras horas mirando hacia arriba con la boca abierta, decidiré si subo antes al Empire State o visito el MOMA, si voy a la Estatua de la libertad o me siento en el césped húmedo de Central Park a escribir todas las postales que he prometido y que el paseante ya está buscando en su buzón. Da igual lo que decida, algo se quedará sin ver, seguramente como excusa para organizar un nuevo viaje dentro de muy poquito. Allá voy, NY!

7.8.06

El placer de no hacer nada

Llevo una semana de vacaciones, y soy feliz. No hay nada mejor que levantarte por las mañanas y pensar que no sabes qué vas a hacer. Claro está que al final tienes el día más ocupado que un alto ejecutivo, pero no es nada que estés obligado a hacer, por más que tengas amigos exigentes que te recuerdan tu compromiso con el blog.

Curiosamente, mi cuerpo reaccionó mal al descanso. Fue firmar el finiquito (una cosa son las vacaciones y otra estar en el paro, pero creo que me han guardado el sitio, y además soy optimista) y agarrar un gripazo que me tuvo tres días con una tontería y unas fiebres estupendas. En esos momentos te sientes como una madre, diciéndote a cada momento que lo más importante es la salud. La verdad, para no gustarme el trabajo, mi cuerpo tiene esta tendencia absurda a joderme sólo cuando me dan vacaciones o puentes más o menos largos. La última vez mi espalda se puso rebelde a las puertas de la pausa navideña.

Todavía renqueando con toses nocturnas y esputos varios, me he recuperado a tiempo de volver a disfrutar de nuevo de unos días en el pueblo. Sacar la tumbona, extenderla y tumbarte al sol, viendo las cabras bajar de las peñas y las lechugas del huerto crecer hasta ser dignas de echarlas en esas magníficas ensaladas, aliñadas con buen aceite. ¡Dios, cuánta felicidad! En esos momentos me pregunto qué necesidad tenemos algunos de vivir en lugares opresivos, con ritmos frenéticos y horarios estúpidos. Me dura poco, sería incapaz de vivir en un pueblo; luego lo cuento en otro post.

A la vuelta, me encontré un Madrid ardiente. Intentar dormir a más de 25 grados, después de cinco noches recurriendo al edredón es un proceso duro. Afortunadamente, todo cambió hace unos días. Tras una tarde tranquila con mi hermana, buscando en la FNAC por quincuagésima vez el DVD de Rufus Wainwright, del que siempre tienen mil copias disponibles hasta que yo quiero hacerme con una, un airecillo comenzó a colarse por las calles de la ciudad. La primera señal venía de la calle Hortaleza, cuando el viento refrescó nuestras nucas sudorosas según veníamos de Gran Vía. Mi hermana, en plan Rappel, dijo: “Huy, ¿y este viento?” Yo, que soy una descreída, le contesté: “Pues nada, porque mira que cielo azul, sin una nube, no llueve ni de coña”. No, no llovió, pero el viento siguió y desplazó el calor aplastante para traer una noche fresca en la que los brazos se quedaban fríos entre cañas y pulgas varias.

Pocas veces me ocurre esto, pero tenía ganas de irme a la cama. Tumbarme en el colchón y sentir, por primera vez en meses, que iba a necesitar pijama, sábana, e incluso la colcha. De hecho, tuve que levantarme para bajar un poco la persiana, y de paso colocar unas sillas delante de las puertas para que las corrientes no las cerraran. Salsa estrenó las nuevas mosquiteras que ahora adornan mis ventanas, y se subió unas cuantas veces, seguramente extrañada de ese viento que se colaba entre sus perceptivos bigotes. Acabó durmiendo a mis pies, pero un poquito más arriba de lo que suele hacerlo, seguro que para aprovechar también el airecillo que va anunciando que muy pronto se acabará el verano, y con él, el placer de no hacer nada.