30.12.06

Miserias humanas

Hoy me he levantado decidida a finiquitar mi carta a los Reyes Magos, que ya va un poco tarde y sus majestades comienzan a impacientarse. Estaba ilusionada mirando mi larguíiisima lista de libros mientras, ya duchada y vestida, me tomaba un café calentito y unas tostadas con aceite cuando la radio y sus señales horarias me han amargado el día. Saddam Hussein ha sido ejecutado y E.T.A ha hecho estallar un coche bomba en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas. Nunca trato la actualidad en este blog, siento (y sé) que no estoy lo suficientemente capacitada para analizar las noticias cual tertuliano mañanero, pero hoy quiero hacer mi análisis propio, y lo y lo voy a hacer porque no soy una experta en actualidad, pero tengo muchas ganas de ser feliz y que los demás lo sean, y sobre todo tengo dos dedos de frente y el mínimo sentido común y moral cristiana (o musulmana, o budista o lo que sea, porque al final las religiones lo único que predican (y de lo que nadie parece darse cuenta) es que uno debe ser buena persona) para saber que no debe asesinarse a nadie bajo ningún pretexto.

La bomba de ETA mata la ilusión y la esperanza concebidas una mañana de marzo al abrir una página de periódico en Internet. Aquel día, mientras lo vociferaba en mi trabajo, algunos se mostraron escépticos, por no decir incrédulos, y yo no podía creerme que alguien se dedicara a pensar que no iba a salir algo que quiero pensar que todos queremos que salga. No sé si el tiempo les da la razón, seguro que el lunes muchos vuelven a soltar sus discursos desde el púlpito de la mala leche, el mismo desde el que los domingos (y todos los días) deberían proclamar el amor y el entendimiento, pero yo doy por bueno todo lo hecho por intentar la mejor salida a un conflicto que sigo pensando que acabará más pronto que tarde, pero que, por mucho que se mire hacia otro lado, necesita una solución, no un puñetazo en la mesa.

La ejecución de Saddam Hussein me devuelve a la memoria el asesinato de Ceaucescu, cuando con 17 años me asombraba ver la foto de un presidente ejecutado, y con él el mismo sentimiento de sentirte de vuelta a tiempos no vividos. Veo la foto del dictador iraquí con la soga al cuello y no me reconozco en esta época, en este 2006 que acaba y que lo mismo podría ser 1906 que 1406, sólo que entonces había peces y ahora ya casi ni quedan. Lo demás es igual; la gente se muere de hambre, la gente se mata y, por fortuna, la gente se ama. Y gracias a eso el mundo sigue girando.

Sé que este es el típico post lleno de tópicos, que a algunos les parecerá horrible porque parece que hablar de amor y entendimiento es de horteras que compran postales de Anne Geddes (puajj), pero me da lo mismo. Necesitaba mostrar mi desilusión ante un mundo que no mejora, y como es mi blog pongo lo que me da la gana, y me da la gana decir que me cago en todos los hijos de puta que vienen a amargar la vida a los demás, porque además del amor, y como Earl Hickey (por favor, recomiendo encarecidamente esta serie), creo en el karma, y en el refrán favorito de mi familia: “Arrieritos somos, y en el camino nos encontraremos”.

29.12.06

Body combat

Me he apuntado a un gimnasio. Cualquiera que me conozca (especialmente mis hermanos), a estas alturas habrá cerrado el blog, puesto los ojos en blanco y movido la cabeza a los lados como diciendo “no tiene remedio”, o seguirá leyendo pensando: “¿A ver cuánta pasta se ha dejado esta vez?”

No me extraña; soy la persona que más dinero se ha dejado en actividades no completadas: Gimnasios, clases de idiomas (menos mal que el inglés lo tengo bastante controlado), academias de arte dramático, centros de adelgazamiento y mi especialidad, las autoescuelas. Pero esta vez es diferente, o era diferente. No me he apuntado sola, dependiendo únicamente de mi (escasa) voluntad, lo he hecho con dos compañeros del trabajo, Jose y Milena, que cada día a las 14.00 me apuran para que vayamos corriendo. Esa rutina está a punto de acabar, porque hoy viernes apagamos la tele y acabamos aventura, así que a partir del martes dependeré de nuevo sólo de mi (¿he dicho escasa? Quería decir nula) voluntad. Pero hasta el martes me quedará la ilusión de pensar que quizá aparezcan dos trabajos cerquita del actual, porque me he apostado con mi director que seguiré yendo, aunque sea sola (él afirma que me paga una comida si voy al menos ocho veces al mes; pobre, no sabe que yo NUNCA pierdo apuestas) y también para que Jose, Milena y yo podamos seguir descojonándonos en las clases de Body combat.

Sí, ayer fui a body combat, y salí sintiéndome Drew Barrymore en Los ángeles de Charlie (ya, ya sé que Cameron Díaz y Lucy Liu son más guapas y más finas, pero no tienen el pasado ni la capacidad de supervivencia de la niña de E.T). Golpes, puñetazos, comba fingida y hasta patadas voladoras salieron de mi cuerpo oxidado al ritmo endiablado del Somebody told me, de los killers (Dani, en el próximo concierto triunfo entre los modernos), a la vez que trataba de mirar a mis compañeros para ver si ellos eran capaces de coordinar movimientos o estaban tan perdidos como yo.

Según cuenta internet (por cierto, buscando esta información, puse body contact en vez de body combat. Pinchad en el link del término erróneo y veréis qué risa (¡en qué andaré yo pensando, señor!)), el body combat es un programa de entrenamiento basado en la combinación de varias artes marciales como karate, taekwondo, kung fu, kickboxing, muay thai y tai chi. Internet también dice que sirve como técnica de defensa personal, pero la verdad es que no acabo de verme lanzando patadas voladoras a cualquier peligroso delincuente que quiera agredirme, que en el fondo yo soy persona de buena voluntad y no creo en la violencia.

No sé si pensar lo mismo de la monitora, que al grito de “¡Uppercut, uppercut!”, (esto viene a ser el gancho de toda la vida) y “¡Go, go, come on!”, nos fue enseñando golpes, patadas, desplazamientos y coreografías varias, con la misma voluntad que el Sargento Foley de Oficial y caballero. La verdad, ahora dudo si disfrutamos más de la clase o del entusiasmo de la monitora. Prometo volver. Para pasármelo bien, pero por supuesto para ganar la apuesta.

27.12.06

Auge y caída del sueño londinense

Esta mañana me he despertado con muchísimo sueño, de esas veces que te sientes literalmente incapacitada para quitarte de encima el nórdico, apoyar el pie en la zapatilla y abrir la ventana para recibir de inmediato la bofetada del viento invernal que, sin embargo, mi gata saluda con un salto directo al alféizar, desde donde observa, convenientemente asegurada por una mosquitera metálica, el vaivén de los pájaros.

Es rara mi gata, creía que poco a poco se había creado su propia rutina de actos: Venir por las mañanas a despertarme subiéndose en la cama y metiendo su hocico impertinente hasta que abro el ojo y me levanto. Saltar y esperarme a los pies de la cama a que abra la ventana para asomarse. Seguirme después a la cocina para que le dé su ración mañanera... pero no, cada vez lo hace de una manera. Igual un día me despierta maullando o tirando algo para hacer ruido que sólo mira la ventana sin subirse a ella. Eso sí, lo de la comida no falla.

Bueno, el caso es que me he levantado dormidísima. Tras ducharme, vestirme y desayunar, he ido a recoger un paquete a correos, donde me han tenido un buen rato esperando, para volver el señor, cabizbajo y creo que avergonzado (igual alguien le ha hablado de mi fama de montapollos), a decirme que no lo encontraban, pero que si les daba el teléfono, me llamarían para comunicarme si había aparecido o no. Le he dicho que esperaba que no me dijera que no había aparecido, y el señor me ha garantizado que aparecería. He llegado al trabajo, tarde y contrariada, sin apenas darme cuenta de que es mi última semana de trabajo allí. Medio tristona, mientras visionaba unas cintas, me he acordado de que ayer, navegando sin rumbo por Internet, dí con la página oficial de Rufus Wainwright, creo que buscando la fecha de lanzamiento del que será su quinto disco, “Release the Stars”. En ese momento he recordado que, mirando fechas de conciertos, ví que daba uno en Londres el 25 de febrero, igualito que aquel que ofreció en el Carnegie Hall neoyorquino el 14 de Junio del pasado año. En aquella ocasión llamé a mi amigo Monty, para comunicarle que Rufus W. iba a hacer, canción a canción, el mismo repertorio que Judy Garland cantó en 1961 en el mismo teatro, y le prometí que, si me tocaba la primitiva, ambos nos cogeríamos el avión, alquilaríamos una planta del four seasons, y nos iríamos al concierto como dos reyes.
No me tocó la primitiva, y ambos nos quedamos sin poder ir al concierto. Hoy volví a marcar el número de mi amigo, pero sin promesas ni sueños. Fui clara:

Yo: “¿Qué haces el 25 de febrero?
Él: Pues creo que nada...
Yo: ¡Perfecto, vámonos a ver a Rufus Wainwright a Londres!”

La verdad, fue fácil de convencer. Entonces me dí cuenta de que sería feo no invitar a quien nos descubrió la mágica voz, el enorme ego y la genialidad de ese cantante. Así que con las mismas llamé a Dani y le hice la misma proposición. Yo ya me veía en Londres, abrigada hasta las orejas, disfrutando de una ciudad que siempre siento no haber aprovechado más, lamentándome de nuevo de no haberme atrevido al momento “Au pair”, camarera de Mc Donald´s o recogedora de fresas, mirando tiendas, envidiando teatros, cotilleando discos, cuando la realidad me ha aplastado. “Tickets sold out”, me ha comunicado Dani. No ha habido ni que esperar al sorteo de la primitiva que, por otra parte, me dejó unos jugosillos 10 euros este fin de semana. Cabe la posibilidad de ir a París el 20 de febrero, pero un martes no es el mejor día cuando apenas llevas un mes en tu nuevo trabajo. ¿O sí?

22.12.06

Respondiendo a la provocación

No me gustan las cadenas de internet, y siempre se suelen romper cuando llegan a mi dirección de correo. En el fondo, y aunque yo siempre digo que soy muy normal, me molesta sentirme parte de la masa. Pero me lo pide el paseante, y lo hace a modo de espoleo, para que espabile y vuelva a este blog huérfano de historias desde que en Septiembre me decidiera a contar mi viaje a NY. Quizá porque no puedo olvidarme de esos diez días, quizá porque sueño continuamente con volver, quizá porque cuando cuento a alguien que estuve allí se me encienden los ojos y me dan ganas de llorar… quizá por todo eso no fui capaz de seguir escribiendo. Pero el paseante me pide que vuelva y yo vuelvo, primero porque soy obediente, y el paseante tiene ese aura de profesor de BUP del que te enamoraste y del que seguías cualquier consejo, y porque en el fondo yo misma sé que adoraba escribir aquí, a pesar de todas las noches que me he quedado mirando la pantalla, leyendo antiguos posts y tratando de averiguar qué quedaba en mí de aquella Silvia que escribía de forma incontenible en enero. Sin saber cómo, me he visto incapaz de verter una sola letra, por más que mil ideas me bulleran en la cabeza. En estos meses he querido hablar de muchas cosas: de un día de septiembre en el parque Warner, donde mis carcajadas subían y bajaban tras los raíles de las montañas rusas, del magnífico concierto de Bruce Springsteen en Las Ventas, de lo difícil que se hace vivir en Madrid, de lo maleducada que es la gente, de la llegada de un nuevo año a mi vida, de mi tristeza infinita, de mi alegría infinita, de los jueves de cañitas zombies, el mejor invento del mundo, y sobre todo de amor. De amor que viene y de amor que se va, como sube y baja una montaña rusa en un día de septiembre en el Parque Warner. Pero sólo me quedaban fuerzas para mirar la pantalla y leer (poco) el trabajo de los demás en otros blogs.

Pero el paseante me desafía, y yo respondo. Cuenta en su blog que otra amiga le ha retado a seguir una de esas cadenas, que consiste en (lo voy a copiar, Joan, soy muy vaga y no me explico bien, lo siento) lo siguiente: “tomar el primer libro que tengas a la derecha de la librería, que recorras sus páginas hasta alcanzar la 123, que busques la quinta línea y que copies el párrafo siguiente.”

Miro a la derecha de mi mesa, donde comienza la hilera de estanterías llena de libros. Hay varias baldas, por lo que hay varios libros que superan esas 123 páginas. En una de ellas está el No logo, de Naomi Klein, un tochazo antiglobalización que se hizo muy famoso hace unos años, en otra Mis inmortales del cine, esa serie que hizo Terenci Moix en el que lo más maravilloso (perdón, sr. Moix, esté donde esté) eran las fotos de estudio de las grandes estrellas de los años cuarenta. Finalmente decido coger el que está primero en la balda que queda a la altura normal de mi brazo.

Es Harry Potter y la piedra filosofal, el primero de los seis libros de la famosa serie de J.K Rowling. Me voy a la 123, busco la quinta línea, y esto es lo que me encuentro:

“O, al menos así era hasta que apareció una noticia en la sala común de Gryffindor, que los hizo protestar a todos. Las lecciones de vuelo comenzarían el jueves… y Griffindor y Slytherin aprenderían juntos.

-Perfecto– dijo en tono sombrío Harry-. Justo lo que siempre he deseado. Hacer el ridículo sobre una escoba delante de Malfoy.

Deseaba aprender a volar más que ninguna otra cosa.

-No sabes aún si vas a hacer un papelón-dijo razonablemente Ron-. De todos modos, sé que Malfoy siempre habla de lo bueno que es en quidditch, pero seguro que es pura palabrería.”

No es le mejor párrafo del libro, desde luego, así que deberán confiar en mí si les digo que cada novela es realmente buena, que te engancha de principio a fin y que es un clásico inmediato.

El caso es que ahora, y después de copiar todo, me doy cuenta de que antes de la estantería, había otro libro que me he saltado. Al lado del teclado, enterrado bajo papeles, pendientes, kleenex, un sobre de antigripal, un cd virgen y una diadema está Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades, de Harold Bloom. Me lo regaló Roberto, uno de mis mejores amigos, y es un regalo muy especial. Yo cumplí años el 14 de noviembre, y Sara, una amiga común, el 15. Puesto que Roberto los cumple el 7 (es el siete, no?), decidimos hacer una fiesta conjunta, en la que las chicas recibimos dos estupendos regalos. El libro de Bloom y uno de Vila-Matas. Yo elegí el de Bloom y Sara el de Vila-Matas, y al abrirlos nos encontramos la sorpresa. ¡Ambos estaban dedicados por sus autores! De una forma misteriosa, sugerente y práctica. Dado que yo me llamo Silvia y mi amiga Sara, ambos están dedicados a S, dejando así que cada pudiera escoger regalo. Claro que, por más que la dedicatoria de Vila-Matas pueda estar bien, la mía tiene un sonoro y exótico “Mazel tov”. Veamos que hay en la página 123 (son 694) tras la quinta línea:

“No hay duda de que estoy en el buen camino”, pensaba Keawe. “Esos trajes nuevos y esos coches son otros tantos regalos del demonio de la botella, y esos rostros satisfechos son los rostros de personas que han conseguido lo que deseaban y han podido librarse después de ese maldito recipiente. Cuando vea mejillas sin color y oiga suspiros sabré que estoy cerca de la botella.”

Corresponde a un relato de Robert Louis Stevenson, “El diablo de la botella”, uno de los muchos que Bloom incorpora en este tochazo que sólo podré leer en casa por causa del peso, en esa butaca naranja del Ikea que he colocado frente al ventanal de mi salón, y donde los fines de semana, y tras empujar a Salsa para que la deje libre, y con las gafas de sol puestas para no quedarme ciega, dejo pasar las hojas deseando que el sol se quede siempre calentando mi cuerpo destemplado del invierno.

21.12.06

Despedida y cierre

Esta mañana he abierto la nevera para coger el brick de leche, y aunque la tengo llena de imanes que he comprado o me han traído en numerosos viajes, desde Nueva York a Japón, de Berlín a Lanzarote, este es el único que he visto.


No es realmente así; inexplicablemente nunca me han despedido de ningún trabajo, pero el resultado es el mismo. Adiós a un año y tres meses de trabajo, adiós a los compañeros, adiós a un programa al que tenía mucho cariño. Adiós a unos meses de mi vida en los que se han conjugado los peores momentos de estos 34 años y también algunos de los mejores. Adiós al altarcito que hice al lado de mi escritorio, lleno de fotos de Rufus Wainwright, combinadas al alimón con Franz Ferdinand, Arcade fire, Ashton Kutcher, Hugh Jackman o el mismísimo Doctor House.

Adiós a Mariano, que le dio nombre a este blog, me pegó la palabra “absurda”, y es un ser brillante.

Adiós a Jose, que me acuñó dos nuevos motes: “Mecha divertida” y “la Pechos”, por razones obvias.

Adiós a Óscar, que no me ha querido presentar a su hermano, pese a que sabe que sería buena para él.

Adiós a Bea chunga, que era la única que entendía mi cariño a José Vélez.

Adiós a Jose “Julito”, que me explicó qué era un chiste bastardo.

A Milena, que me ha querido, me ha gritado y me ha obligado a ir al gimnasio.

Adiós a Dani, que ha aguantado mi peor momento laboral sin quejarse (aunque le caiga mal).

A Marta, que la quiero bastante aunque nunca nos haya traído nada de la carnicería de su padre.

A Nuria, que hizo de estilista conmigo para que no fuera hecha una mamarracha a una boda.

A Laura, que nos ha atiborrado de pipas los últimos meses.

A Silviame, que me hizo la mejor guía de Nueva York.

A Juanma, porque le quiero y no podré decirle “mira lo que te pierdes por haber tenido un hijo”.

A “Munta”, que apoyaba mis quejas respecto a la puerta.

A Tania, que cada día me recogía y me dejaba en “los palitos”.

A Quique, porque desde que se fue a la Sexta la vida no volvió a ser igual.

A Nerea, que habla bajito y conoce el último vídeo cachondo del Youtube.

A Capi, con la que me volví a encontrar después de un adiós anterior.

A Angelina, que en otra vida fue el ratón Mickey.

A María, que pasa más tiempo leyendo los ingredientes de las comidas que comiéndoselos.

A Carolina, que tuvo más fuerza de voluntad que yo y ahora está guapísima.

A Rocío, que va muy mona siempre, y todo le ha costado diez euros.

A Sagra, que todavía le duele el manotazo de este verano.

A Gerardo, que al final consiguió cambiar de móvil.

A Helena, con la que aún no he coincidido en ningún concierto, y al ruso, aunque no me invitara a su cumpleaños.

Sí, seguro que me olvido de alguien. Mis disculpas. A fin de cuentas, igual es un adiós más corto de lo que pensamos, y si no lo fuera, siempre nos quedarán las fotos de la fiesta. ¡Suerte para todos!

12.9.06

Diario de NY I: Llegada y recuerdo obligado

En el día en que NY está triste (a estas horas todavía es 11 de septiembre en NY), recordando una de las mayores tragedias de su historia, yo me propongo empezar a escribir la historia más bonita que conozco sobre Nueva York, la que yo viví durante diez días de agosto. Eso sí, a modo de recuerdo, la foto será de una de las calles de Greenwich Village, donde me encontré toda una valla llena de azulejos pintados que conmemoraban uno de los aniversarios del 11-S.

11 de agosto.
Me fui de Madrid triste. Justo el día antes de irme Salsa, mi gata, comenzó a comportarse de una manera extraña. Su apetito, siempre superlativo, parecía haberse esfumado, y vagaba por la casa sin echar sus habituales carreras suicidas, en las que derrapa por la tarima con ese culazo con el que no sabe dar las curvas. Creo que llevaba días sospechando que iba a irme, que sólo recibiría un par de visitas diarias que se limitarían a darle su ración de pienso, a cambiarle el agua, y a limpiarle la arena. Antes de irme la cogí en brazos, la abracé, dejé que me arañara las manos y me mordiera en uno de esos juegos salvajes que practica conmigo, y mientras volvía a cogerla para darle un beso de despedida, le dije al oído muy bajito (los gatos tienen un oído muy fino y los ruidos altos les molestan) que le prometía volver pronto, y que no volvería a dejarla sola por mucho tiempo. No sé si me entendió, y no sé cuánto tiempo pasaría antes de que limpiara con su lengua rasposa las lágrimas que dejé en su lomo a manchas negro y canela.

La casualidad hizo que los pronósticos pesimistas de algunos amigos se cumplieran, y efectivamente volar justo un mes antes del 11 de septiembre tuvo sus consecuencias. Justo el día antes, la policía inglesa desactivó una supuesta (y digo supuesta no por respetar el lenguaje judicial) célula terrorista que tenía previsto atentar con explosivos líquidos en los aviones con destino Estados Unidos. Afortunadamente, sólo fue un poco incómodo porque no se permitía llevar ni un miserable tarrito de crema hidratante para proteger la cara de la extrema sequedad de los aviones (los asientos cercanos al último control tenían frascos y botes de geles, champúes, pasta de dientes y acondicionadores como para montar un Juteco) y porque tuvimos que pasar por tres controles de seguridad, en uno de los cuales nos obligaron a descalzarnos y a pasar el calzado por el escáner. Por lo demás, y gracias a mi amiga Berta, volamos en bussiness, una de las experiencias más divertidas de mi vida. La verdad, ¡a veces me alegro tanto de no haber nacido en cuna rica! Nada como ser pobre para saborear bien el lujo, sabiendo lo que cuesta conseguirlo. Durante horas no hice más que reírme cada vez que movía mi asiento y lo convertía en cama, o cuando oprimía uno de los botones y unas vibraciones comenzaban a masajear mi espalda.

Llegamos a NY a media tarde. Recorrimos el camino que nos separaba de esa temible fila en la que los empleados de inmigración miran atentamente la foto de tu pasaporte y a la vez levantan la vista para comprobar que eres tú la que le mira desde ese documento que es tu puerta de entrada al país. Genao, el empleado, miró el mío, mientras me preguntaba para qué había ido a Estados Unidos y en qué trabajaba en España. Le dije que en televisión, la palabra mágica. Si quieres convertirte en el centro de cualquier fiesta, dí que trabajas en televisión. Eso sí, procura tener luego una buena historia que contar.

Genao volvió a la carga, quería saber qué hacía en tv. Como chapurreaba español, le dije “guionista”, pero su español no llegaba a tanto. “Writer”. Eso le convenció y, con una sonrisa, me devolvió el pasaporte. Seguro que le encanta la tv, como a casi todo el mundo.

¡Ya estaba oficialmente en NY! Allí empecé a notar que era un día complicado. Unidades móviles de tv, miembros del ejército con unas tremendas ametralladoras… acababa de llegar al decorado de película más grande del mundo. Lo primero que ví de NY fue Jamaica station. Desde el andén se veían las típicas calles de cualquier película, con montones de establecimientos de comida rápida y con esos carteles publicitarios gigantes. Yo sólo miraba esa calle, sucia y fea, y me reía. Cuando has alcanzado una meta tras años de intentarlo, da igual que te den una copa grande o pequeña, en este caso da igual que veas una calle de barrio o la antena del Empire state. Estaba en Nueva York, y eso era lo único que importaba.

Mi primer contacto con la ciudad fue en forma de paseo nocturno. A lo loco comenzamos a recorres calles, avenidas, a cegarnos con la luz de los neones y a alucinar con las columnas de humo que salían de las alcantarillas, a respirar los olores de la gran manzana, mezcla de putrefacción y servicio de comida 24 horas, y a sentirte como un niño pequeño cuando se agarra a los pies del padre y, mirando hacia arriba, sólo ve una torre enorme que se yergue ante él, cámbiese el papá por el Flatiron, a la sazón casi papá (o abuelo) de muchos otros rascacielos neoyorquinos. Al final, el jet lag empezó a hacer mella, y aunque mi cuerpo cayó sobre el colchón en mi primera medianoche neoyorquina, mi mente y mis ojos aún estaban en las calles de Manhattan.

9.9.06

Tormentas

Esta tarde ha estado tronando en Madrid. El cielo se encapotó desde última hora de la mañana, y al rato comenzaron a sonar extraños ruidos como de cascotes cayendo a un contenedor de esas obras que tienen un edificio totalmente andamiado al que van quitando la piel de la fachada como una serpiente muta la suya. Es lo que tiene estar acostumbrada a vivir en una ciudad permanentemente en obras, que acabas por el ver el lado poético de los cascotes.

Pero no, el ruido no correspondía a ninguna obra. Al poco los truenos han arrancado el silencio propio que tiene mi calle en las sobremesas de verano, especialmente de un sábado. Durante más de una hora han roto las nubes madrileñas, para al final dejar que una pesada lluvia empezara a mojar las calles.

Siempre que llueve en un día festivo pienso en las novias. ¡Tanto tiempo eligiendo traje, tantos días mirando el cielo, para al final no poder lucir el traje! No siento especial cariño por las bodas, ni tampoco he sentido nunca ganas de casarme, pero sé lo que es esperar algo con ilusión y que ese día se estropee. Un libro que pediste y no ha llegado, una cita que sale mal, una película que esperaste durante meses y que resulta ser mala, o un día lluvioso en el que no puedes ponerte el vestido que querías.

Las nubes me ponen triste, pero me gustan las tormentas. Son algo violento, que se desata rápidamente y que acaba dejando una especie de ambiente de serenidad, acompañado de uno de los olores más fascinantes del universo: el de la tierra mojada. A veces, como hoy, dan miedo, y parece que vaya a acabarse el mundo; pero al final, todo se calma, y sólo queda una sensación de paz y de limpieza, la del agua que se lo lleva todo.

Viendo llover he pensado en las muchas tormentas que se han desatado dentro de mí en los últimos tiempos. Es exactamente lo mismo. Durante unos minutos, unas horas, o a veces durante días, ves cómo se ciernen los nubarrones sobre ti, y empiezas a sentir que la tormenta está a punto de estallar. Y al fin llega. Los pensamientos chocan unos con otros, provocando horribles truenos y rayos en forma de punzadas en la boca del estómago o el mismísimo corazón, hasta que el ruido cesa y la lluvia empieza a caer, de las mejillas al cuello. A mucha gente le gusta el sonido de la lluvia cuando se estrella contra el suelo, contra las ventanas, o cuando golpea las hojas de los árboles. A mí me gusta el de las lágrimas, cuando un pequeño lamento sale de la garganta. Un sonido regular, siempre en el mismo tono, ahogado a veces por la almohada, e interrumpido por la necesidad de aire. Al final, la lluvia cesa, y al igual que tras una tormenta, todo queda en calma. Los truenos cesan, las nubes se van y asoma de nuevo un cielo claro en forma de consuelo, a la espera de que mañana vuelva a salir el sol.

Por cierto, copyright de la foto para mi amigo Ismael Alonso.

21.8.06

Mirando de nuevo a Europa

Hace un rato venia de cenar en un diner, uno de esos restaurantes que salen en las peliculas, en los que una especie de trailer enorme hecho de metal se convierte en un bar donde la gente va a cenar por las noches, porque abre las 24 horas. Bajando por la calle 34 oeste, miraba la figura imponente del Empire State Building, iluminado como cada noche. De pronto, las luces se han apagado. Y en ese instante de descanso y silencio nocturno en la ciudad que nunca duerme, he sentido que, como si alguien hubiera apretado un interruptor, mi viaje se ha acabado. Aun me queda la manyana del lunes, pero con la maleta hecha, y todos los regalos y compras metidos en una nueva que he tenido que comprar, me he dado cuenta de que hasta aqui ha llegado el suenyo que he esperado tantos anyos. Solo tengo clara una cosa: que esta vez no esperare tanto para volver.

17.8.06

Tocar el cielo con los dedos

Esa es la impresion que tienes cuando llegas a NY y ves sus rascacielos, la de que estas en un lugar donde todo es posible. No me pidais que explique por que, pero de algun modo parece que todo es mas facil. Si se pudo construir el Empire State en un anyo (tengo teclado ingles, sin enyes ni tildes, sorry) por que no voy a poder triunfar yo aqui? Obviamente es una tonteria, aqui hay mucho triunfador, pero mucho perdedor. Basta mirar por alguna esquina o las caras de la gente que va en el metro por la noche (sobre todo si te confundes de linea y te diriges al interior de Brooklyn casi a las once) para ver rostros cansados de gente que seguramente pasara su vida yendo y viniendo de trabajar, y que es mas que probable que no pise nunca alguno de los dos teatros en los que yo he estado en 10 dias. Es igual, el suenyo americano parece cerca desde aqui.

Nueva York es un tornado de sensaciones. Es llegar y sentirte abatido, agobiado, tal es la cantidad de senyales que recibes. La fuerza de los neones, los ruidos de los coches, las sirenas de la policia, los olores de las toneladas de basura que se acumulan hora a hora en los bordes de las aceras, todo es susceptible de ser examinado, de ser fotografiado, de ser vivido.

Comprar el Time Out (la guia del ocio neoyorquina) es directamente para echarse a llorar. No sabes por donde empezar. La oferta cultural de la Gran Manzana es gigante y abarca todas las artes, todos los estilos y todas las epocas imaginables. Ademas, cada tienda, cada museo, cada asociacion de actores, musicos o artistas varios organizan miles de eventos gratuitos durante el verano, por lo que ya directamente es como para inyectarse cafeina en vena y no dormir nunca.

Solamente me quedan cuatro dias para seguir viviendo mi suenyo americano. Espero al menos triunfar en este intento absurdo de conquistar una ciudad que es totalmente inabarcable, y que de momento me tiene ganada la batalla: yo soy la conquistada.

11.8.06

Cerrado por vacaciones

Siempre me ha encantado esta frase, que veía cada verano en las tiendas y los bares de mi barrio. Unos ponían las fechas en las que se iban a ausentar, otros solamente indicaban, quizá para dar envidia, que el cierre estaba echado por placer, que tenían guita para llenar el seiscientos y largarse con la familia a la playa. Entonces agosto era un mes fantasma. Todo se paralizaba, la ciudad estaba casi dormida. Ahora todo es distinto. Salir por Madrid en agosto no es muy diferente de Salir por Madrid en octubre.

También en mi casa echábamos el cierre. Mis padres, pese a las dificultades económicas, siempre me llevaron de vacaciones, una cosa más que mis hermanos me recordarán para hacer notar que mi llegada tardía me convirtió en una privilegiada. Gijón, Mazarrón, Torremolinos, donde vivimos en directo la boda de Carlos y Lady Di, y también las dificultades de mi madre con el idioma inglés, que no entendía porque casi en cada casa había un cartel en el que ponía “forsale”…

Entonces me gustaba mucho más la playa, aún cuando mi hermano, abusando de sus años de ventaja, se vengaba de la hermanita pequeña enterrándola en la arena y dejándola totalmente inmovilizada. Todavía hace unos días, celebrando los 22 veranos de mi sobrina, me lo volvió a recordar: “Eras muy repelente, ahí chillando: “Mamaaaaaa, dile que me saque” y mamá diciendo “¡Saca a la niña ya, Jose!””. Mi hermana y mi cuñada jaleaban la historia, y Raquel y Lara reían, mientras yo trataba de explicar una vez más que era una niñita de seis años totalmente inmovilizada en la arena y con un hermano abusón que me amenazaba con dejarme ahí cuando se fueran todos.

Años después, igual para expiar su culpa, fue él el que me llevó a la playa. Benicàssim, Peñíscola, Gandía, Torrox… aguantando a una niña tonta viviendo su primer noviazgo.

Ya hace unos cuantos años que me voy de vacaciones por mi cuenta, atendiendo tan sólo la obligación familiar de pasar pro el pueblo aunque sólo sea una semana. Este año también me voy de vacaciones, pero muy lejos de las playas de mi niñez. Tras años de sueños frustrados por falta de capital, de fechas o de alguien que se animara, hoy me iré donde siempre he querido ir, al lugar que muchas veces he imaginado mi casa, a ese sitio que he visto más que muchos rincones de mi ciudad. Si la policía, el terrorismo internacional, Iberia y los de inmigración de USA lo permiten, esta noche pisaré por vez primera Nueva York, la capital del mundo, la ciudad que nunca duerme.

Hace días que he desistido de trazar planes. Tengo un problema muy serio, y es que cuando veo muchas cosas juntas soy incapaz de ordenarlas, así que tras hojear cinco guías y cientos de páginas de Internet, me he dado cuenta de que no iba a lograr trazar un planning. Cuando llegue allí, y tras pasar las primeras horas mirando hacia arriba con la boca abierta, decidiré si subo antes al Empire State o visito el MOMA, si voy a la Estatua de la libertad o me siento en el césped húmedo de Central Park a escribir todas las postales que he prometido y que el paseante ya está buscando en su buzón. Da igual lo que decida, algo se quedará sin ver, seguramente como excusa para organizar un nuevo viaje dentro de muy poquito. Allá voy, NY!

7.8.06

El placer de no hacer nada

Llevo una semana de vacaciones, y soy feliz. No hay nada mejor que levantarte por las mañanas y pensar que no sabes qué vas a hacer. Claro está que al final tienes el día más ocupado que un alto ejecutivo, pero no es nada que estés obligado a hacer, por más que tengas amigos exigentes que te recuerdan tu compromiso con el blog.

Curiosamente, mi cuerpo reaccionó mal al descanso. Fue firmar el finiquito (una cosa son las vacaciones y otra estar en el paro, pero creo que me han guardado el sitio, y además soy optimista) y agarrar un gripazo que me tuvo tres días con una tontería y unas fiebres estupendas. En esos momentos te sientes como una madre, diciéndote a cada momento que lo más importante es la salud. La verdad, para no gustarme el trabajo, mi cuerpo tiene esta tendencia absurda a joderme sólo cuando me dan vacaciones o puentes más o menos largos. La última vez mi espalda se puso rebelde a las puertas de la pausa navideña.

Todavía renqueando con toses nocturnas y esputos varios, me he recuperado a tiempo de volver a disfrutar de nuevo de unos días en el pueblo. Sacar la tumbona, extenderla y tumbarte al sol, viendo las cabras bajar de las peñas y las lechugas del huerto crecer hasta ser dignas de echarlas en esas magníficas ensaladas, aliñadas con buen aceite. ¡Dios, cuánta felicidad! En esos momentos me pregunto qué necesidad tenemos algunos de vivir en lugares opresivos, con ritmos frenéticos y horarios estúpidos. Me dura poco, sería incapaz de vivir en un pueblo; luego lo cuento en otro post.

A la vuelta, me encontré un Madrid ardiente. Intentar dormir a más de 25 grados, después de cinco noches recurriendo al edredón es un proceso duro. Afortunadamente, todo cambió hace unos días. Tras una tarde tranquila con mi hermana, buscando en la FNAC por quincuagésima vez el DVD de Rufus Wainwright, del que siempre tienen mil copias disponibles hasta que yo quiero hacerme con una, un airecillo comenzó a colarse por las calles de la ciudad. La primera señal venía de la calle Hortaleza, cuando el viento refrescó nuestras nucas sudorosas según veníamos de Gran Vía. Mi hermana, en plan Rappel, dijo: “Huy, ¿y este viento?” Yo, que soy una descreída, le contesté: “Pues nada, porque mira que cielo azul, sin una nube, no llueve ni de coña”. No, no llovió, pero el viento siguió y desplazó el calor aplastante para traer una noche fresca en la que los brazos se quedaban fríos entre cañas y pulgas varias.

Pocas veces me ocurre esto, pero tenía ganas de irme a la cama. Tumbarme en el colchón y sentir, por primera vez en meses, que iba a necesitar pijama, sábana, e incluso la colcha. De hecho, tuve que levantarme para bajar un poco la persiana, y de paso colocar unas sillas delante de las puertas para que las corrientes no las cerraran. Salsa estrenó las nuevas mosquiteras que ahora adornan mis ventanas, y se subió unas cuantas veces, seguramente extrañada de ese viento que se colaba entre sus perceptivos bigotes. Acabó durmiendo a mis pies, pero un poquito más arriba de lo que suele hacerlo, seguro que para aprovechar también el airecillo que va anunciando que muy pronto se acabará el verano, y con él, el placer de no hacer nada.

20.7.06

Rufus Wainwright y los seis grados de separación

Me quedaba pendiente comentar el concierto de Rufus Wainwright en el pasado Summercase. Hace tiempo que llevo intentando escribir un post sobre este cantante que, como suelo decirle a la gente, “Una vez que lo escuchas, te cambia la vida”. Algunos, como El Paseante, tras escucharle entienden lo que quiero decir. Otros me miran con la cara con la que miras a alguien que piensas que está loco, pero acabas por acostumbrarte. Rufus Wainwright arrolla. Su música se mete en los oídos como algo más que meros sonidos, es un puro torrente de emociones y de perfección tanto en la composición como en la ejecución, y además da igual que escuches su disco de estudio, con temas aderezados por completas secciones de viento, que sus actuaciones de este verano, acompañado sólo de su voz y un piano, o de su voz y una guitarra. El concierto fue breve, como lo será el del próximo sábado en Benicàssim, es lo que tienen los festivales, pero yo disfruté muchísimo, sobre todo porque la escasez de medios no le permite interpretar ciertas canciones y recurrió a temas de su primer disco, algo que se agradece, sobre todo si nunca los habías escuchado en directo. Estuvo como siempre, divertido y locuaz, aunque casi toda esa locuacidad se dirigiera a la forma en la que el ruido del concierto “grande”, se colaba en la carpa donde él actuaba.

Pero bueno, vamos a lo que vamos, que el post al final no es una crítica musical. Existe una teoría desde hace muchos años, y desarrollada por varios frentes, que viene a decir que cualquiera de nosotros está unido a cualquier persona de este planeta en un máximo de seis personas (familiares o conocidos) que lo conectan. Siempre me ha encantado esta teoría, que además se hizo muy famosa gracias a una obra de teatro y una posterior película, en la que Will Smith se lucía en un tremendo papelón de malo. Pero aún más por el conocidísimo juego de Kevin Bacon. Unos alumnos de una universidad de Virginia crearon un programa que, conectado a la IMDB, conseguía juntar a Kevin Bacon prácticamente con medio mundo, y no sólo del espectáculo. El mismísimo Francisco Franco logra un número de tres. La página, para quien no la conozca, http://www.cs.virginia.edu/oracle/ Cuidado, es muy adictiva.

Hace cosa de un año descubrí, emocionada, que había conseguido establecer unos grados de separación entre yo misma y Rufus Wainwright. La cosa iba de esta manera:

1. Rufus Wainwright tiene como batería en algunos temas de su disco “Want One” a Sterling Campbell.
2. Sterling Campbell fue novio de Marta Sánchez.
3. Marta Sánchez tiene una prima.
4. Su prima se casó con un primo mío.
5. Y ahí estoy yo.

Yo estaba taaan contenta con mi conexión que se la iba contando a todo el mundo. Tanto la conté, que al cabo de unos meses, hablando hablando, un compañero me “regaló” una nueva conexión, algo más corta.

1. Rufus Wainwright tuvo un “affair” con un chico norteamericano.
2. Este chico norteamericano es ahora el novio de mi compañero.
3. Y ahí llego yo.

Hacía tiempo que tenía olvidados los seis grados de separación a favor de los seis meses que quedaban para las, luego las seis semanas, los seis días, y ya casi las seis horas, cuando hace un rato suena el teléfono. Mi amigo (y jefe) Mariano, me dice que tengo una nueva conexión con Rufus, y pasa a relatarme que el viernes, tras su actuación en el Summercase, Rufus Wainwright charla con gente que ha pasado al backstage. De pronto se queda prendado de la camiseta de un amigo de Mariano. La camiseta tiene un dibujo de River Phoenix, y es uno de los hits de “Gómez”, novio de Mariano y diseñador emergente, alabado por los medios, tal y como se recoge en este link de la revista semanal de tendencias “Yo, Dona” (¿una rebajita, Rubén?)
http://www.elmundo.es/yodonablogs/2006/04/26/shopping/1146043018.htm
Lo dicho. Rufus quiere la camiseta, pero no hay tiempo, porque al día siguiente toca en Barcelona. El fan, entregado, se la regala. Cuando eres fan y sabes que tu cantante preferido tiene una canción que se llama “Matinee idol” y que está dedicada a River Phoenix, entiendes que su autor quiera la famosa camiseta. De momento no he rebajado mucho los grados de separación, pero al menos tengo un cotilleo rufusero y quién sabe si algún día no nos veremos en la típica fiesta glamourosa de después de los desfiles, y podré entonces, aunque sea con una pobre foto, dejar en cero los grados (ni frío ni calor) … y las separaciones.

17.7.06

Summercase

Music kills me. Este es el título de un disco de Rinôçérôse, pero además es lo que acabará pasando conmigo si no me calmo. Ya me lo ha dicho hoy mi madre, en uno de sus comentarios antológicos que algún día recopilaré en un libro: “Hija, estás que parece que tienes la edad del pavo”. Menos mal que voy aprendiendo a no hacer caso de las cosas que me dice mi madre, al menos no a las que van envenenadas, como esos dardos que algunas tribus metían en las cerbatanas y lanzaban con la boca, como ella.

Bueno, que me lío. ¿A qué venía esto de que la música me mata? Sí, efectivamente, a la agenda de conciertos. Este fin de semana ha sido el summercase, con buen resultado a todos los niveles, incluido mi maltratado cuerpo. Dos días de conciertos en los que he disfrutado como una quinceañera el primer día que le dejan volver tarde (igual viene por eso lo de la edad del pavo materna). Diferentes estilos, diferentes épocas, todo lo visto me ha gustado.

El viernes llegué casi asustada, dudando de mi capacidad de aguante ante lo que se avecinaba. ¡¡27 conciertos diferentes en un solo día!! Menos mal que llevaba toda la semana elaborando un planning más minucioso que una figura hecha de fichas de dominó. Lo cumplí casi al milímetro. Por mis ojos, mis orejas, mis pies y mi dolorida espalda (no está el cuerpo para tanta juerga) pasaron “The concretes”, uno de estos grupos suecos buenrolleros, a los que da gusto ver, y que dan el aspecto de gente sana y moderna, que saben inglés desde niños y que se estrenaron antes de la media española. “The dandy Warhols”, casi de forma testimonial, porque solo llegué a ver un par de canciones. “The divine comedy” y Rufus Wainwright, que merecen post aparte. “New order”, que son la fuerza de los supervivientes, y que te transportan a épocas donde la música para bailar era tremendamente buena y además le gustaba a todo el mundo. “Primal scream” y “Keane”, que tienen mejor directo que estudio, y de los que sigo pensando que tienen dinero suficiente para contratar un guitarra y no hacer la cutrería de pregrabar sonidos estúpidos. Acabé la noche con “Razorlight”, un grupo muy majete, muy cañero, y con un cantante que se parece a Leiff Garrett en sus buenos tiempos, pantalón blanco ajustado incluido.

El sábado fue tan bueno o mejor. Se intuía cansancio, así que todos llegamos un poquito más tarde, y además ya no veníamos del trabajo, así que se notaba a la gente recién duchada, vestida para la ocasión, ahora que todos habíamos sufrido las piedrecitas del suelo, y bien avituallados con la botellita de agua, porque se dice pronto, pero una servidora pasó entre sábado y domingo unas 18 horas y jamás visitó los aseos, tal era el grado de deshidratación.

De nuevo el encaje de bolillos para llegar a todos los conciertos y, además, pillar buenos sitios. Esta vez disfruté de “Dirty pretty things”, la mitad de los extintos libertines, que están bien, son frescos y además tuvieron público del ramo, uno de los guitarras de Belle and Sebastián, que estaba muy cerca de donde me encontraba, y que me llamó la atención porque iba todo trajeado, con la que estaba cayendo. Después llegó Adam Green, en un estado ciertamente lamentable, aunque hizo que el concierto se convirtiera en una fiesta. Belle and Sebastián, unos temitas de super furry animals, y después el achicharre más absoluto en una carpa, mientras disfrutaba de Sigur Rós y el concierto del día, Máxïmo park. A pesar de conseguir la ansiada primera fila, que además de buena visibilidad permite agarrase a la valla y descansar, era demasiada juerga para luego aguantar la marabunta y el jaleo de Fatboy slim, así que a las 03.30 emprendimos el camino de vuelta.

Al final, balance más que positivo. Tuve tiempo de ver casi todo lo que me interesaba, aunque eso significara no cenar el primer día y comerme un bocadillo rápido el segundo. De mandar tantos mensajes de móvil que seguramente en Movistar estarán pensando en convertirme en cliente del mes. Unos de logística, otros de crónica festivalera que se cruzaban con los que llegaban de otros asistentes del summercase barcelonés o del Bilbao Live festival, y alguno para dar envidia cochina, escritos con tan mala uva que sus destinatarios me han deseado una eternidad en el infierno. También saqué un momento para felicitar a un catalán que cumplía años (no demasiados, por más que él sea un coqueto y lleve meses mirándose cada día las patas de gallo y contando las canas que ya empieza a peinar) y que trataba de disimular su envidia por no poder ver a Rufus, contraatacando vía mensaje.

Ojalá haya un Summercase 2007, y ojalá haya un poco de mejor trato en los medios informativos, porque todos se acreditan, (cuánto le cuesta pagar entradas a los periodistas, qué santo morro tienen) pero pocos informan. Mención para EFE, que dice en El País y ABC: “A primera hora de la noche, el directo de un caótico Adam Green apenas sedujo a un centenar de asistentes, aunque el cantante repitió la jugada del día anterior en Barcelona e invitó a cantar a dos de sus admiradoras la última de sus canciones, dedicada a Nat King Cole”. Lo primero, “caótico” no es un sinónimo de “borracho”, y además, según mis informadores en Barcelona, no hubo ninguna invitación a chicas, aunque sí en Madrid, y finalmente no cantó la canción dedicada a Nat King Cole, sino “Dance with me”. En La Vanguardia, y también según EFE, cuentan que Rufus Wainwright invitó a su hermana Martha al escenario, aunque fuera otra hermana, Lucy. Tampoco los de El Mundo se han matado. Firma un tal H. Llanos y EFE, que hace una crónica que podría haber escrito cualquiera sin estar allí, que digo yo, que para copiar la crónica de EFE, que no acrediten a nadie.

Dos días llenos de música, de una interesante colección de ejemplares modernos sacados de las páginas del Vanidad, de mucho popero apetecible y del gustazo de disfrutar del talento ajeno. De recuerdo, muchas fotos, la funda de la cámara y una tarjeta de memoria perdidas y la pulserita identificativa que me pienso dejar hasta el próximo festival, o sea, el viernes que viene. ¡Dios mío, music no sólo kills me, is gonna kill me!

13.7.06

Happy Hour

Los libros de autoayuda te enseñan a dejar de fumar, a combatir la depresión, a intentar ser feliz. Pero ser feliz tiene un problema, que cada vez es más difícil superar esos momentos, y cuando eso ocurre… ¿Hay libros de autoayuda que digan cómo se cura la felicidad?

La felicidad es algo extraño, que llega y se va con extremada facilidad. En mi caso, me va rondando. A veces se queda más tiempo, a veces tarda más en volver. No me quejo, soy razonablemente feliz.

De hecho, lo mejor de la felicidad no es tenerla, sino darte cuenta de cuándo eres feliz. Eso me pasó el sábado uno de Julio, mientras un sol ya suave me daba en la espalda y yo disfrutaba del último novelón de Tom Wolfe. Mi padre dormitaba en la hamaca y mi madre hacía una de sus mil labores inacabadas porque, por más que se enfade, su vista no es la de antes. Alrededor, revoloteaban mil y un insectos, intentando aprovechar los jugos de las flores que mi madre exhibe en su “corral”, y los gatos se movían por el muro de forma sinuosa, en parte porque los gatos andan con esa elegancia, en parte por no despertar a mi padre, que gusta de espantarles con la “cacha” porque sostiene que van a hacer sus necesidades donde él planta su huerto. La verdad, les tiene tan fastidiados, que en casa empezamos a sospechar que efectivamente lo hacen, pero ya por pura sed de venganza.

Julio está siendo un mes de sábados felices. El pasado saboreé de nuevo esa sensación de respirar hondo sin dificultades, de mantener todo el día la mirada limpia, de pensar que todo va a ir bien y de que la vida es más o menos sencilla. Fue en medio de una comida veraniega al lado de un árbol de troncos fuertes, y después muerta de calor y sufriendo unos tacones asesinos, mientras trataba de divisar al viejo Bob Dylan desde mi escasa atalaya de 159 centímetros, siempre (bien) rodeada de gente que vende muy cara su compañía. Tanto, que apenas podemos vernos un par de veces al año. No es el caso de todos, porque hay mucho madrileño con el que quedar para ir al cine, a un concierto o jugar al “Yo nunca…”, pero sí de algunos, a los que hay que ir engañando con festivales de cine, conciertos de Rufus Wainwright o actuaciones de la Terremoto de Alcorcón si quieres verles más de cerca que en la ventanita del mssenger.

Los tres (sábados) que quedan prometen volver a ser buenos. El 15 porque estaré en pleno Summercase y veré por fin a Maxïmo Park, aunque esté muerta de cansancio y pensando, como cada día desde que llegó este mes, por qué demonios me he metido en este berenjenal de conciertos. El 24 porque disfrutaré por cuarta vez en menos de un año de Rufus Wainwright, porque me habrá dado un poco el sol, porque me habré bañado al fin en el mar, y porque ya quedará menos para poderme hacer una camiseta que diga: “yo sobreviví al summercase y al F.I.B con más de 30 años y sin drogas”. Y el último, si estoy viva, porque estaré, tras casi dos años, de vacaciones.

Generalmente se dice que no hace falta mucho para ser feliz, y que el dinero no da la felicidad. Ninguna de las dos cosas son ciertas. Yo fui feliz el sábado sólo por la compañía, pero, aunque pueda no parecerlo, es muy difícil coincidir con un grupo de gente que sea interesante, guapa, divertida, gamberra y que además te haga sentir como una más a pesar de mis temores, casi constantes, de no estar “a la altura”. También espero seguir en esta espiral de júbilo el mes que viene, cuando gracias a un sueldo decente y a cierto ahorro, me suba en un avión rumbo a NY, desmintiendo así el triste consuelo de los pobres.

Pero un post tan “happy” necesita eso, un final feliz, y al fin, tras muchos meses, tengo uno: Si he aprendido a ser infeliz, y hasta le he encontrado el punto, seguramente me resulte más fácil instalarme en el otro lado, por salvaje y agotador que este sea.

29.5.06

"Venid y vamos todos…

… con flores a María, con flores a María, que madre nuestra es. De nuevo aquí nos tienes, purísima doncella, más que la luna bella, postrados a tus pies". Ese es mi principal recuerdo del mes de Mayo. La cantábamos las niñas en clase, dirigidas por Doña Gloria, mi profesora desde el segundo curso de “parvulitos”, hasta quinto de EGB. Yo siempre he ido a colegios públicos, pero no dejaba de ser el final de los 70, principios de los 80, así que las niñas y los niños estábamos separados hasta quinto, y mayo era el mes de María. No sé por qué, ahora que mayo está a punto de acabarse me he acordado de esa veneración mariana. Algunas niñas de mi clase llevaban rosas que sus madres les daban recién cortadas del jardín, envuelto el tallo en el mismo papel de plata que el bocadillo o el bollo del recreo. Eran unas rosas feas, de pétalo bastante corto, y gordas, y además se estropeaban rápidamente, pero tenían un olor increíble, que nos acompañaba todo el día, incluso al día siguiente, cuando llegábamos y de las pobres rosas que Doña Gloria depositaba en un frasco de Nescafé, estaban con sus pétalos desparramados sobre la mesa. Mayo también es recuerdo de comuniones. La mía fue un 3 de mayo de 1981, o sea, hace 25 años. Imagino que entonces todavía tenía fé, porque yo desde luego no puedo decir que hiciera la comunión por el vestido o los regalos.

El vestido fue heredado de la hija de la lechera, una señora gallega muy alta para la época. El pobre tuvo que pasar por el tinte porque tenía manchas de carmín (qué cariñosas son las madres y las tías) Sin embargo, yo lo adoré siempre, a pesar de que mi hermano y mi cuñada se ofrecieron una y mil veces a comprar de su bolsillo (bastante escaso entonces) un vestido y una pamela (entonces había una cierta moda) a cambio de que este fuera corto. No sé si fue por no aceptar su trato, pero luego fui con mi cuñada a comprar los zapatos y no hubo manera de conseguir las merceditas tradicionales. Me compraron unos zapatos más modernos pero que siempre me hicieron un daño terrible. La comunión fue sencilla. Ceremonia en la que leí una de las cartas del apóstol San Pablo a los corintios y luego comida familiar (padres y hermanos) en un restaurante de la Casa de Campo, que todavía ahora es bastante conocido. De entonces conservo pocas cosas: las fotos de una niña con cara de buena, algún recordatorio, y el primer reloj que tuve, un Pulsar Quarz que me regaló mi hermano. El vestido volvió a su dueña, el misal era de atrezzo del fotógrafo, y quién sabe dónde fue a parar la fé de los 9 años. Ahora ya no voy con flores a María, pero además de la canción sigue en mi cerebro el olor de las rosas amarillas de los portales de mi niñez.

Nos pierde el barrio

Esta semana mi barrio ha sido noticia. Yo soy de Moratalaz, un barrio popular al sureste de Madrid. Allí empezaron a llegar a mediados de los cincuenta familias trabajadoras. El barrio empezó a crecer al mismo ritmo que las arcas de la constructora Urbis, en parte por el éxodo masivo de población rural, que llegaba a Madrid huyendo de la difícil vida del campo y buscando un trabajo que escaseaba en otros lugares. Ya por entonces la publicidad hacía su trabajo, y la radio pasaba unas cuñas que muchos todavía recuerdan, y que cantaban esta canción: “Mamita dile a papá que compre un piso en Moratalaz, que tiene parques, tiene colegios y tiene sitios para jugar”. Bueno, como siempre la publicidad era engañosa, porque según mi hermano José Luis, niño inquieto donde los hubiera (siempre en versión materna, claro) la mayor parte del barrio era un enorme barrizal, seguramente ideal para sus juegos, me temo. Tampoco lo de los colegios era verdad. Tardaron mucho tiempo en construir todas las aulas necesarias para que todos los niños del barrio tuvieran plaza. Especiales dificultades pasaron los pobrecitos hijos del “baby boom”, entre los que se encontraba mi hermana Mari Carmen (cosecha del 64), que fue inaugurando colegio, instituto, y ya de mayor, línea del metro hasta la universidad. La verdad es que los promotores se lucieron con el barrio. Construido deprisa y corriendo, según las necesidades del momento, lo distribuyeron en polígonos, cada uno de ellos con diferentes construcciones y calles. Lo cierto es que yo ahora disfruto de un silencio sepulcral que hace muy agradables las noches de verano con la ventana abierta, pero también es verdad que hacer medio barrio con calles ramificadas que acaban en fondo de saco es un poco dar por ídem.

Claro, que no sólo es la distribución de las calles, sino sus nombres. Quién sabe por qué, se les ocurrió la feliz idea de que las calles llevaran el nombre de “famosos” corregidores, una especie de alcalde de los tiempos de los Reyes Católicos. Así que los pobres habitantes de Moratalaz llevamos toda la vida luchando contra las cuadrículas de las solicitudes, impresos, etc, que a ver dónde colocas tú cosas como Corregidor Alonso de Tovar, Plaza del corregidor Conde Maceda y Taboada o Corregidor Juan Francisco de Luján. De tal modo que este barrio ha sido siempre la pesadilla de carteros, taxistas, repartidores varios e incluso bomberos (un día tuve que indicar, por teléfono, a un camión al que llevaba media hora escuchando con la sirena de un lado para otro, dando vueltas sin encontrar la entrada). Ahora Moratalaz es un barrio consolidado, de clase media (pero media, media, a juzgar por el precio de los pisos), y con una población a 1 de enero de 2005 de 107614, seguramente más que muchas provincias españolas. También cuenta con su cuota de famosos, claro. Vecinos del barrio han sido Sancho Gracia, Alejandro Sanz o mi debilidad, Elvira Lindo. Decía que el barrio ha sido noticia, porque se han producido unos cuantos “secuestros Express”, así que anda la gente alborotada, asustada y temerosa de que le pueda tocar. Entiendo que una experiencia de ese tipo puede ser francamente terrorífica, y puede que yo sea una inconsciente, pero las noticias no me han producido el más mínimo temblor, quizá porque yo no tengo garaje, y tampoco coche, y porque además vivo en la zona más antigua del barrio, en esas casas humildes de 65 m2 donde vivían sin dificultades familias de cinco, seis o más miembros, antes de que decidiéramos que 30 m2 no son suficientes para uno solo. O porque vivo en unas calles donde la mayoría de habitantes viven de su seguramente exigua pensión, y su única preocupación es ver si llegarán andando al Lidl, donde la leche está tres céntimos más barata que al lado de casa. Hace unos días llegaba del concierto de los Guns ´n´ Roses a las 03.00 de la mañana. Todo estaba silencioso, en una de estas maravillosas noches de verano con las que a veces nos regala Madrid, en las que no sientes frío en la piel, pero notas como una brisilla te levanta levemente el vello de los brazos. En aquel momento, mi única preocupación fue sortear las primeras cucarachas de la temporada, habitantes que no entran en el censo, pero que seguramente también se encuentran muy a gusto en mi barrio.

24.5.06

Don´t stop the music


Los últimos años de mi vida han consistido, hablando un poco exageradamente, en ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Desde hace unos meses, mi vida consiste en ir de casa al trabajo, del trabajo a un concierto, y del concierto a casa. Siempre he sido una loca de la música. Cuando era pequeña, era tremendamente cantarina. Mi madre cuenta que, con dos o tres años, me dirigía al lugar donde se sentaba mi abuela Manuela, colocaba la cabeza en su regazo, y esperaba que mi abuela me rascara la espalda, algo que aún hoy me parece uno de los mayores placeres físicos que existen. Allí, de pie, la escuchaba cantar, mientras ella movía sus manos de anciana nonagenaria en mi espalda de niña que aún no se había echado el peso de la vida encima.

En mi casa soy la única que tiene un grado de oído aceptable, y mi teoría es que las canciones de mi abuela afinaron mis orejas hasta hacerlas más útiles que ser unos meros cartílagos destinados a los pendientes. También es verdad que se ocuparon de apuntarme a guitarra y solfeo. Pero claro, estudiar solfeo a los siete años es bastante coñazo, así que mi formación musical no pasa de haberme examinado de primero y segundo de solfeo y de conocer los suficientes acordes como para tocar esas horribles versiones de Lennon o Dylan en las misas dominicales.

Siempre he cantado. He cambiado mucho de estilo, pero adoro cantar. Nunca conseguí que esa afición fuera del todo aceptada con mi madre, quizá porque cantaba hasta en las comidas. Mientras masticaba los alimentos, me acompañaba de un Mmmmmmm que reproducía cualquiera de las canciones que tuviera en ese momento en el cerebro. Mi madre atacaba: “El que come y canta, algún sentido le falta”. Mamá, ese refrán es terrible, así que déjame que hoy te contraataque sin refranero, pero con Peret: “¡Alegría! Si quéreis tener, cantar, alegría de vivir. Para disfrutar, cantar. ¡Canta y sé feliz!”

Cuando era más jovencita era más atrevida. Atacaba la canción protesta con la misma energía que la copla popular y, algo más tarde, el tango clásico y todo el repertorio de Serrat. Mi madre abrió más de un día la puerta de la habitación porque, atravesando las paredes y las ondas de su eterno transistor en el oído, le llegaban compases de los más famosos hits de Doña Concha. Me encantaba la Piquer, con esa voz tan recia, y ese sentimiento… ¡¡Lo que le gustaba llorar en todas las canciones!!

Con el tiempo me fui modernizando, y aparte de darme al pop español (de aquellos años los únicos que sigo escuchando con cierta asiduidad (aunque poca) son los secretos) , pasé, igual que en el cine, esa etapa intelectualoide que consiste en decir que te gusta el jazz. Bueno, al final me gustan un poco las grandes orquestas y Pat Metheny, pero eso no es que te guste el jazz, yo creo que afortunadamente.

A partir del 92 empecé a comprar CD´s, porque aunque parezca mentira, una melómana como yo vivía en una casa en la que nunca existió un tocadiscos, pick- up (léase picú) y casi ni un cassette decente. Tampoco en el 92 tenía un reproductor de cd, pero sí algo de dinero para almacenar álbumes en ese formato revolucionario y carísimo para la época. Mi primer cd fue un recopilatorio de canciones de los musicales de la MGM. Nunca he hecho mejor compra musical. Lo debí escuchar miles de veces; Singin´in the rain, ´S marvellous, Ol´ man river, Get happy… Todos esos temas son verdaderas joyas, y es una pena irse de este mundo sin escucharlos, porque no sé muy bien explicar qué tienen y cómo lo consiguen, pero cada uno de ellos alcanza al 100% el objetivo para el que fue escrito: que lo bailes, que te rías, que quieras sentirte enamorado…

What a day this has been! What a rare mood I'm in!
Why, it's almost like being in love!
There's a smile on my face for the whole human race!
Why, it's almost like being in love!
All the music of life seems to be like a bell that is ringing for me!
And from the way that I feel when that bell starts to peal,
I could swear I was falling, I would swear I was falling,
It's almost like being in love.

… así se siente Gene Nelly, uno de mis amores infantiles (¡por favor, qué señor tan guapo!), cuando se enamora de Fiona en Brigadoon, y así te hace sentir, estés enamorado o no.

Otra de mis favoritas es Make´em laugh. Para alguien que se dedica a escribir guiones, esta canción debería estar grabada a fuego en la mente, a ver si espabilo. Ningún Robert McKee podrá jamás ser más sabio que este trozo de la canción que cantaba Donald O´Connor:

Make 'em laughMake 'em laugh
Don't you know everyone wants to laugh?(Ha ha!)
My dad said "Be an actor, my sonBut be a comical one
They'll be standing in linesFor those old honky tonk monkeyshines"
Now you could study Shakespeare and be quite elite
And you can charm the critics and have nothin' to eat
Just slip on a banana peel The world's at your feet
Make 'em laugh Make 'em laugh Make 'em laugh

Han pasado muchos grupos y músicos por mi vida: Sting (¿Cuántas veces pude escuchar The dream of the blue turtles?), R.E.M, a los que escuché mucho en mis primeros años de facultad… hasta llegar a Rufus Wainwright. Todos los demás no los voy a nombrar, porque los que me conocen ya lo saben, y los que no, no creo tampoco que estén interesados.

Bueno, todo esto para contar que ahora voy mucho a conciertos. Claro que, este post me ha quedado tan insufriblemente largo que las crónicas concierteras del último mes se van a tener que quedar para el próximo. Mea culpa!

16.5.06

Doña perfecta

Es cierto que apenas escribo. Voy actualizando de mes en mes, como el que paga una letra, quitándome el remordimiento de encima, pensando que he cumplido. No sé por qué. Este blog no me ha dado más que satisfacciones, en forma de amigos que me hacen sentir apreciada, o como una manera de introspección a veces, o de manifestación otras.

Pero me está costando. Por alguna razón que desconozco, mi mente es cada vez más reacia a ordenar pensamientos. Y no sólo no me permite actualizar el blog, me impide pensar con claridad, y me impide concentrarme en el trabajo. Es una sensación extraña; por una parte siento que quiero contar muchas cosas, y por otra soy incapaz de pararme y procesarlas. Es un camino extraño, porque al final me siento paralizada en general. Pero no es algo nuevo. En el fondo siempre he sido como soy ahora, sólo que todo lo que siempre he sido se ha ido acrecentando con los años. Vale, es probable que ahora sea más graciosa que antes, pero también soy más asustadiza, más desconfiada, más temerosa. Lo malo es que sigo conservando ese carácter impulsivo, ese discurso vehemente, y entonces mis dos lados se encuentran y supongo que se enzarzan en una extraña lucha que, obviamente, no lleva a nada más que a un constante mareo de pensamientos que asaltan mi cabeza.

A veces he llegado a sentir físicamente ese extraño ir y venir de sentimientos y pareceres, y creo que a veces los noto chocar entre ellos, como pequeñas corrientes. “Soy muy mala trabajando”, “En casi siete años no me ha faltado trabajo”, “Nunca se me ocurre nada brillante”, “Por qué lo intento otra vez, no lo voy a lograr nunca”, “Si lo hubiera hecho antes…”, “Por qué no dejo de llorar y cambio?”, “¿Para qué me molesto…?”

No sé muy bien qué me pasa, pero intuyo que mi mente procesa cada paso de mi vida como una obligación, como si el placer hubiera desaparecido de ella. Si trabajo todo tiene que estar bien pensado, si voy a un concierto tengo que saberme las letras de las canciones, si visito una exposición debo conocer la vida y obras del artista, si tengo un amigo, mi amistad tiene que ser la mejor. Por alguna razón me he impedido ser persona, me he impedido equivocarme, meter la pata, desconocer cosas… y eso está bien si eres perfecto, pero por desgracia, y dado este perfeccionismo que parece haberse instalado en mi alma, soy la mejor en algo: en ser la peor.

11.4.06

¡Soy muy rara!

Pero que muy rara, sí. Lo mismo un día me muero de vergüenza por cualquier cosa, me siento fatal pensando que caigo mal a la gente o cualquiera de mis recurrentes neuras que los que me conocen ya conocen, que de repente me pongo expansiva y me decido a mostrarlo todo.

Como no tengo bastante con este blog, en el que cuento (casi) todo de mí, porque siempre hay que guardarse algún secretillo (eso o no cometer el error de darle la dirección la familia (cof, cof)), ahora me ha dado por abrir un fotolog, que es lo mismo, pero con fotos y menos texto, algo que la mayoría seguro agradecerá. Por si a alguien le interesa:

http://www.fotolog.com/lalita1972/

Que nadie espere fotos guarras, documentos gráficos al estilo Robert Capa o arte en plan Man Ray, porque una no da para más que lo que le pueda ofrecer una modesta Olympus de 5.0 megapíxels sin haberse leído las instrucciones.

10.4.06

Vacaciones

“You can turn this world around
And bring back all of those happy days
Put your troubles downIt's time to celebrate
Let love shineAnd we will find
A way to come together
And make things better
We need a holiday”

Madonna – Holiday

Las vacaciones se han convertido en los días más deseados del año. Más que el día de Reyes, más que la fiesta de Navidad, más que el propio día de tu cumpleaños. El verdadero regalo de la vida es el tiempo libre. Soy una defensora a ultranza del dolce far niente, de vegetar en el sillón, de mirar por la ventana sin pensar en nada. De subirte en el autobús dos horas sólo para ver las calles o para leer tranquilamente un libro. Así que siempre espero con impaciencia ese puente, ese día libre que te deben, ese santo mes de vacaciones, un verdadero premio, algo que debería estar reflejado en la Declaración Universal de derechos humanos.

Por eso cuando me enteré de que iba a tener la Semana Santa entera no podía creérmelo. Después de casi dos años sin vacaciones, tener más de tres días seguidos me parece algo así como morirme e ir al cielo. O bueno, sin ser tan luctuosa, como que me toque la primitiva y lo mande todo a tomar por culo.

He barajado mil posibilidades. Liarme la manta a la cabeza y largarme a NY sola, pagando a plazos el viajecito, claro está. Caminar en solitario por Manhattan, enamorarme de la ciudad y quedarme a vivir allí, donde seguro que acabaría por conseguir el sueño americano y de paso un apartamento de esos que salen en las películas. Irme a Londres sola, que hiciera buen tiempo y descubrir que es allí donde de verdad quiero vivir, en la capital mundial del “moderno”, en la ciudad de los actores. Volver a París, caminar sola por sus calles, respirar la nueva revolución, pedir perdón por haberme equivocado al tratarla siempre de ciudad de cartón-piedra y quedarme allí a vivir. Regresar a Viena, comprobar de nuevo que, pese a las apariencias es una ciudad muy viva, acordarme de _Antes de amanecer_ y empezar a vivir allí. Y así con casi toda Europa. Pero siempre sola.

Al final, me ha podido el miedo. No me gusta estar sola, y menos viajando. No me imagino pasar cinco días hablando sólo con camareros o dependientes de tiendas. Por eso me voy al pueblo de mis padres.

Es un pequeño pueblo de León, muy cerca de Asturias, dentro de un valle y rodeado de montañas de piedra caliza. Cuando llegas allí la vida te cambia. No hay semáforos, no hay torres de pisos, no hay grandes almacenes del triángulo verde, no hay cines, teatros, discotecas, tiendas, Internet (bueno, porque allí no tengo ordenador, claro). Por no haber, no hay casi cobertura. Te bajas del coche y se obra el milagro: De pronto las fosas nasales se abren y te invade un frenesí de olores: humedad, leña quemada, estiércol… El cuerpo responde abriendo los pulmones, y exhalando uno de esos suspiros que relajan como una hora de masaje. Puede parecer mentira, pero juraría que allí el corazón me va más despacio, igual que el tiempo.

Nunca he encontrado allí mis raíces, porque al fin y al cabo no nací allí ni he vivido en el pueblo más de 30 días seguidos, pero puede que si haya una pequeña raíz del árbol de la vida. De mivida. Y aún mejor que yo lo explica Rufus Wainwirght:

You travel the world and you find all the answers
(recorres el mundo y hallas todas las respuestas)
Everything operates on the unattainables
(todo se mueve dentro de lo inalcanzable)
And then you hear your mother laugh attached to the phone
(Y entonces escuchas a tu madre reírse al teléfono)
Could have walked around the block 'cause all roads lead to home
(“podrías haber dado la vuelta a la esquina, porque todos los caminos llevan a casa”)
No creo que sea un buen lugar para vivir (no para mí), pero por unos días es bueno saber que aún hay lugares donde sentarse tranquilamente a ver abrirse el cogollo de una lechuga, moverse las hojas de los chopos a la orilla del río, trepar las ovejas para llegar al prado con mejor pasto. En fin, donde sentarse a ver pasar la vida.

7.4.06

Guardar luto

Vuelvo a esto del blog después de más de un mes sin decir nada. En parte porque supongo que no tenía nada interesante que decir, y en parte porque cuando lo he tenido lo que no tenía era tiempo.

Marzo ha sido un mes raro. Un mes de trabajo intenso, tanto laboral como personal. No sé si el resultado ha sido bueno, pero al menos en el aspecto personal era necesario.

Muchas veces parece que la vida es muy complicada, y otras tantas todo se ve muy claro. Y estas sensaciones oscilan a veces en lapsos de tiempo muy breves. No sé cuánto he tardado, pero al final me he dado cuenta de que, de una forma u otra, me estaba haciendo la vida muy difícil.

No es que no lo supiera, pero sí es cierto que probablemente en el último año me he hecho la tonta a propósito de muchas cosas. En parte porque hacía daño pensarlas, y en parte porque a veces es más cómodo tirar hacia delante que pararte a llorar un poco. Como las mujeres mayores, me he puesto ahora de luto, un luto que pienso guardar hasta que se pase la pena, para volver cuanto antes al color.


2.3.06

La gripe aviar-gatuna

En Alemania se ha registrado un primer caso de gripe aviar en un gato, aunque al parecer ya se habían dado más casos en Asia. Tiene una explicación muy sencilla, y es la afición de los felinos a cazar pájaros.

Ahora se ha extendido la alarma y ya han pedido a los dueños de gatos que estén cercanos a la zona afectada que no dejen salir a los animalitos, y andan medio acojonaos de que los gatos puedan contagiar el virus a los humanos.

Yo, como dueña de gata, me preocupo de que tenga todo lo mejor. Un lugar donde hacer sus necesidades, un lugar donde dormir (ella habitualmente duerme a los pies de mi cama, pero cuando digo a los pies me refiero literalmente a los míos. La tía planta el culazo sobre mis tobillos y ahí se queda, hecha una bolita, toda la noche), comida (no demasiada, que está pasada de peso, como yo), agua, juguetes (aunque lo que más le gusta es un trozo de lazo viejo, es capaz de pasarse horas persiguiéndolo), y mi mano derecha para que me la destroce a arañazos y mordiscos.

El caso es que ayer, por motivos laborales, llegué a casa a las 04.00 de la madrugada (personal best, he batido mi mejor marca). Estaba rendida, pero como quiero a mi gata, me puse a jugar con ella un buen rato. Nos perseguimos, nos escondimos (le encanta jugar al escondite), me mordió, me enganchó toda la ropa y al fin cenó, que la pobre debía estar ya canina (¿por qué no se dice felina?). Volvimos a jugar un rato y yo me fui a la cama.

Antes de dormirme, o sea, durante un minuto, más o menos, la escuché como mordisquear algo. Estuve pensando en levantarme y pegarle una voz, pero estaba cansada, y pensé que había vuelto a tirar una caja con un poco de pan tostado y que había conseguido la única rebanadita que quedaba.

Esta mañana me he levantado y ella ha venido corriendo a recordarme que quería comer. La verdad, no entiendo la obsesión que tiene esta gata con la comida. El caso es que al entrar en la cocina, he visto que, como pensaba, había tirado la cajita del pan tostado, un paquete de café y un paño de cocina. Tras recoger el paño del suelo y mirarlo, me he dado cuenta de que o bien mi gata es imbécil o es rematadamente lista y tiene contacto con la OMS (Organización Mundial de la salud) gatuna, que le ha dicho cuál es la perfecta alimentación para evitar la gripe aviar: la felpa.

Sí, todo ese cacho (de pequeña no me dejaban utilizar esa palabra en el colegio, y había que decir trozo. ¡Pero si era mucho mejor “¿me das un cacho de palmera?” que la cursilada de “¿Me das un trozo de palmera?”) de felpa se ha “jamao” la tía. La verdad, me he quedado en medio de la cocina, mirando a Salsa (que estaba sobre el poyo esperando su ración) a través del agujero, y pensando si debía tirarla por la ventana o llorar mi maravilloso paño, el más caro que tenía.

Al final he optado por darle su ración y meterme en la ducha, mientras pensaba si de veras podía haberse comido eso, si estaría por ahí el trozo, si es tan limpia que prefiere limpiarse por dentro con un trapo que con un BIO (aka Activia) o sus habituales trozos de planta de mi cocina, y si, de ser así, acabará metiéndose un lingotazo de Fairy para quitarse las grasas.

Por suerte, cuando he vuelto esta tarde a casa, corriendo para ver cómo estaba, me ha recibido como siempre, con maullidos desde antes de llegar la llave, con tres segundos (no más) de caricia de bienvenida, y dirigiéndose a la cocina para obtener su ración. ¡Ah! También había un trozo de felpa, pelos varios y restos de pienso hechos una perfecta bola en medio del salón. Yo creo que a Salsa no le preocupa la gripe aviar, ella es partidaria de "El Espatero", aquel torero que dijo “Más cornás da el hambre”.

27.2.06

En lo más crudo del crudo invierno

El sábado me fui a la cama a las 03.00 de la mañana, tras pasar casi media hora mirando atontada la nieve que en forma de tormenta caía sobre un Madrid frío, pero cada vez más seco. Es curioso que la nieve sea tan blanca, y el cielo que la despide tenga una tonalidad casi rojiza, como si estuviera en llamas.

Mis padres siempre lo decían alguna noche de invierno cuando el cielo se veía anaranjado, “ese cielo está de nieve”, y al día siguiente ahí estaba, un mantillo blanco que enseguida se ponía negruzco y se convertía en agüilla. Recuerdo, gracias a las fotos, un día en que mi amiga Mari Carmen y yo pudimos disfrutar de esa breve nieve con que cada año nos obsequiaba un Madrid mucho más frío que el de ahora, pero igual de racano para las nevadas que el de ahora.

No eran fáciles los inviernos entonces. La ropa no estaba tan preparada, y no todos teníamos calefacción central. En mi casa, el suelo era de terrazo, frío como un demonio. Unas baldosas de un blanco amarillento cuyas líneas mi madre perfilaba con el Baldosinín para mantenerlas blancas. Tampoco había ventanas de Climalit, y algunas veces hacía tanto frío fuera que los cristales “sudaban” y el agua resbalaba por el papel pintado de las paredes. Sólo teníamos una estufa de gas ciudad con dos fuegos, de esas que hacían un ruido horroroso y que si acercabas el pie te quemaban. Me acuerdo de una vez que vino mi tía Dionisia, que vivía en Cartagena y ya no estaba acostumbrada a los fríos leoneses de su infancia y juventud, y que puso ingenuamente el pie cerca del fuego. Bastaron segundos para que el nylon se deshiciese y se le quedara un precioso agujero en la planta del pie. La estufa se ponía a las seis o las siete de la tarde, y antes de irnos a la cama se apagaba, así que cuando te levantabas por la mañana, la casa volvía a estar helada.

Cuando me he despertado, más o menos a las 09.30, he visto un cielo claro, acompañado de un sol radiante, pero al mirar por la ventana de mi casa, ahora sí, de Climalit, me he encontrado el mismo suelo que hace unos 25 ó 26 años, con una capilla de nieve ya negruzca, medio aguada.

Pero no ha sido la única nieve que he visto. A media mañana me he ído con mis sobrinas a El Boalo, donde estaba el resto de la familia, para celebrar el cumpleaños de mi madre. Por la carretera he disfrutado de montañas nevadas, arcenes repletos de nieve apartada por las máquinas y árboles que soportaban el peso de la nieve en sus ramas. Cuando hemos llegado, mis sobrinos los pequeños volvían de un paseo salvaje, arreándose bolazos y empapándose la ropa. Yo me he puesto las botas de montaña después de al menos siete años (casi los que he pasado en las Canarias), y me he enzarzado en la lucha.

Les he machacado a bolazos, alguno en las gafas me ha caído (y también las gafas, que Iván o me las aprieta hasta oprimirme las meninges o me las deja sueltas), nos hemos congelado las manos y ha habido vendettas varias (desde luego Raúl (en la foto con un arma mortífera) y Laurita han comido más nieve que otra cosa) hasta que mi hermana ha puesto orden y se nos ha acabado el cachondeo.

De vuelta a Madrid, en el coche del novio de mi sobrina mayor, me he quedado dormida como si yo fuera la niña de cinco años. Me he despertado cuando llegábamos casi a mi portal. Cansada y con el bolso empapado aún de la nieve, me he cambiado de ropa como los niños y me he quedado mirando la ventana, esperando a que cayera de nuevo la nieve para ver los tejados blancos.

23.2.06

La noche de los transistores…

… fue para mí una noche más. El 23 de febrero de 1981 yo era una niña de 8 años que dormía con su hermana en la habitación compartida. Cada día, irse a dormir suponía una especie de revolución en esa habitación tan bien aprovechada. Para abrir las dos camas plegables, teníamos que mover la mesa camilla y aquellos dos butacones azules, (¿te acuerdas, Mari Carmen?) y trasladar la silla pequeñita con el muñeco ese que mi hermana había mordido de pequeña y aquella especie de costurero con patas que yo llenaba de tebeos y libros y que tenía que coger con los dos brazos mientras sujetaba la pila de papeles con la barbilla (muy pocas veces lograba el traslado sin que se cayera todo y tuviera que recomponer la torre en su precario equilibrio). Aquel desorden infantil ya me causaba con mi madre los mismos problemas que me causó hasta que me fui de casa, e incluso ahora, porque tengo que reconocer que parece que no me he ido. Mientras yo descansaba de un día raro y agitado, seguramente mi madre pasaba la coche con la oreja en el transistor (así le siguen llamando mis padres a la radio) , sufriendo y pensando qué clase de vida nos esperaría al día siguiente.

Mis recuerdos del 23-f son muy pocos. Imagino que fui al colegio y di mis clases con la Señorita Gloria. Era una buena alumna, no excesivamente traviesa, y bastante interesada en las clases. Leía y escribía muy bien, y creo que ya por entonces apenas debía cometer faltas de ortografía. Sin embargo, Doña Gloria siempre se negó a darme buenas notas en el global. Nunca me dio el sobresaliente, y le costaba darme hasta el notable. Nunca he sido competitiva, pero yo sabía que ese notable era mío, y así me quejaba a mi madre. Doña Gloria le respondía que efectivamente, en los controles mis notas eran de notable o sobresaliente, pero que no lo merecía, porque no me costaba esfuerzo alguno sacarlos, y que pese a que podía brillar en todo, era muy vaga. El argumento de mi madre, en una de las pocas veces que me ha defendido a capa y espada (uno de sus refranes favoritos es “Quien quiera honores, que los gane”, olvídate del apoyo incondicional frente a un extraño que te ataca), era que la vida daba dones a ciertas personas, y que igual que podría no tener otros, qué había de malo en tener el de la inteligencia. No coló. Doña Gloria jamás me dio el sobresaliente. Aún así, a veces se encuentra con mi madre y siempre le pregunta por mí. Probablemente debería hacerle una visita.

Hoy le he dicho a mi madre que iba a hablar de ella y de cómo vivimos el 23-f, así que le he pedido que hiciera memoria. Mi versión era que yo había vuelto del colegio, y que hacía los deberes mientras mi madre escuchaba en la radio un pleno del congreso de los diputados, en el que se produciría la investidura de Calvo Sotelo. Mi madre dice que sí, que había vuelto del colegio, pero que estaba en casa de mi vecina. Yo apuesto por mi versión, pero tampoco estoy segura. De hecho, creo recordar como si fuera ayer que cuando se escucharon los primeros disparos, mi madre se lanzó al teléfono de góndola que teníamos, y que creo que acabábamos de poner, para llamar a mi padre y pedirle que trajera de la tienda de mi tío un buen número de alimentos básicos. Demasiado tarde, las líneas no funcionaban. Lo demás fue un maratón de compras de elementos varios de supervivencia: legumbres, harina, sal azúcar, conservas y papel higiénico. No sé qué creía mi madre que podría pasar, pero su gesto me decía que nada bueno.

Mis padres no son heróes. No participan en manifestaciones, casi ni expresan sus ideales en público, todo lo contrario a mí, aunque yo tampoco sea una heroína. Si de ellos hubieran dependido las revoluciones, lo hubiéramos llevado claro. Pero no les culpo. Nacieron en 1925 y 1931 y vivieron los peores años de este país en el siglo XX: La guerra civil y la posguerra. No sólo pasaron hambre y vivieron de cerca la represión en forma de cárcel para sus familiares, muertes en el frente, o penurias económicas, el curso de la historia les arrebató muchas más cosas. Les robó la pasión, el deseo, la irresponsabilidad de la inmadurez, porque mis padres no pudieron permitirse ser irresponsables. En suma, les timaron la normalidad y el derecho a vivir una vida con todas sus etapas. Quizá por eso mis padres se toman la vida tan en serio, quizá por eso valoran tanto lo que tienen ahora, quizá por eso sufren ante mis derroches.

Años después, mi madre repitió jornada de asalto veloz al supermercado, cuando se declaró la primera guerra del Golfo, en 1991. (y me temo que en 2001 volvió a hacerlo tras la caída de las Torres Gemelas, pero entonces yo estaba muy lejos para verlo) Un año antes yo había conseguido el mejor recuerdo del 23-f. Una plancha impresa de una de las ediciones especiales que sacó El País a lo largo de aquella larga noche.

Ahora, bien enmarcada, cuelga de una de las paredes de mi casa. A veces releo el editorial, y a veces la miro y me digo que un día debería preguntarle a mi madre qué pensaba mientras debajo de la almohada sonaba la radio en aquella larga noche de los transistores.

21.2.06

¡Lo que hace un flequillo!

Hace cosa de un mes me paseaba yo por los almacenes del triángulo verde, cuando me paré a ver las maravillosas sombras de la marca MAC, que son como la paleta de colores de Miró pero para pintarse los ojos. De pronto noto la presencia de alguien y pienso, “ya estamos con el ¿desea algo?”.

No recuerdo que me preguntó la chica, porque yo me enamoré… de su flequillo. Dado que tenía una raíz que empezaba a ser como la de los eucaliptos que secan la tierra gallega, unos días después fui a la pelu, y le pedí a Sandra ese flequillo. A ella, que le gusta más meter una tijera que a un obispo hablar de sexo, le encantó la idea, y así de estupenda me ha dejado.

No a todo el mundo le ha gustado. A mi amigos Dani y Little les encanta, pero estas son las declaraciones de Iago al respecto de mi flequillo: “Es muy rococó. No digo que seas Maria Antonieta, pero eso no es lo que se dice un washandwear”. Pues a mí me gusta, y me veo divertida.

Ah, ese es mi amigo Juan, que hace unas fotos estupendas y que es un estupendo amigo y acompañante habitual de espectáculos varios. En la foto estamos muy sonrientes, quizá porque nos habíamos cenado una mariscada con otros amiguetes que no están en la foto, pero que estaban detrás cantando hits de Counting crows, quizá porque el muy cabrón había estado viendo al Madrid en el Bernabeu. ¡Ten amigos para esto!

El cine sin complejos

La pasada tarde - noche (la del domingo 19 de febrero) se entregaron los BAFTA. Estos son los premios que la academia británica de cine y televisión otorga en una gala anual. Simplificando mucho, diríamos que son como los Goya británicos. Pero no, no son como los Goya, porque me temo que los académicos británicos no son tan obtusos como los españoles.

Tendemos a quejarnos de los nacionalismos políticos, algunos por un marcado amor a la patria (yo no entiendo esos amores abstractos, qué vamos a hacerle, a mí me gusta besar lo que amo o disfrutarlo, y así como beso a un tío o a mi madre, o una canción me hace llorar, la palabra patria me dice poco), otros porque los consideramos un atraso y un estorbo a la convivencia sin provincianismos paletos, pero el catetismo cultural también es poderoso, especialmente en el cine español.

No me voy a cebar hablando de la gala de los Goya porque el tema ya se ha quedado viejo, ni voy a hablar de las calidades del cine español, sólo quiero destacar el palmarés de estos BAFTA, en los que una película norteamericana, un actor norteamericano, una actriz norteamericana y unos cuantos norteamericanos más se han llevado el premio a casa. No es que no hubiera películas o artistas británicos, los había, y estaban nominados, como mi adorado Ralph Fiennes (se acaba de separar de Francesca Annis… ¡bien! Esto… pobre, debe estarlo pasando mal) o Rachel Weisz, pero simplemente los otros también lo estaban. No como en los Goya, donde Sarah Polley o Tim Robbins no aparecen nominados en una película que se llevó los principales premios.

Felicidades a Jake Gyllenhaal (Los Angeles, California), que no sé por qué está pasando desapercibido frente a Ledger, cuando creo que los dos personajes tienen fuerza suficiente como para no eclipsarse.

Curiosamente, los norteamericanos, a los que tanto acusamos de mirarse el ombligo, de no ver lo que hay más allá de sus fronteras, han tenido últimamente entre sus nominados a un español (Javier Bardem), a una colombiana (Catalina Sandino), y han premiado a Pedro Almodóvar como autor del mejor guión original.

Aprecio los esfuerzos del cine español y su gente por sacar adelante los premios del cine español, y agradezco que, como han destacado muchos años, no intenten copiar otros premios, como los Oscar, pero quién sabe, quizá ha llegado el momento. De copiar, claro.

Unas risas…

… me he echado esta tarde por Madrid. Primero porque he salido pronto del trabajo, que siempre es una bendición, y además he venido con Quique a Madrid, lo cual garantiza risas. Para colmo me ha invitado a un trozo de bizcocho que había hecho una compañera suya, y que estaba tan bueno como kilos debía engordar (santo Dios, estaba bien compacto, eso en dos días es un arma arrojadiza, y si lo dejas macerar, en un mes es un arma nuclear). Hemos soportado el atasco madrileño con una de nuestras sesiones popular trash, que consisten en poner en el cd del coche (de SU coche) greatest hits de todos los tiempos, como _Libertad sin ira_, _Como yo te amo_, _Dancing queen_, y otros. Entonces bajamos las ventanillas, subimos el volumen y berreamos. Yo tengo buena voz, pero Quique tiene un falsete que supera a todos los Bee Gees y Jimmy Sommerville juntos, así que suelen ser momentos muy divertidos.

Quique me ha dejado en Quevedo, y desde ahí me he echado un paseito (a pesar de que como dice el dicho “hace un brís que corta el cutís”) Fuencarral abajo hasta Gran Vía y Puerta del Sol, para coger ahí el autobús.

Me encanta la calle Fuencarral, es un foco de modernos con tiendas ultracaras y aceras llenas de mierdas de perros de pedigree de los gays pudientes de la zona, que son muy estupendas y muy divinas, pero al final son tíos guarros, como (casi) todos. He mirado escaparates, viendo lo más trendy de la city, he entrado en Desigual porque aún tienen rebajas y me encantan sus camisetas, y me he reído con una t-shirt súper cool que había en otra tienda y que ponía bad bush, junto a una foto del actual presidente de los EE.UU, y good bush, junto a la foto de un monte de Venus tapado por un escaso bikini. Para los no anglófilos, bush (arbusto). No pienso explicar más el chiste…

He bajado por Gran Vía hasta Callao, y he entrado en la FNAC. Cualquier día pediré al gobierno que declare el shopping una enfermedad. Lo siguiente será que junte a mi familia y les diga, muy dramática: “padres, hermanos, cuñaoooooos (¡sí, soy muy básica, qué passa!) sobrinos… Me llamo Silvia y soy adicta a las compras”, para después pedirles que vayan a la FNAC y al H&M (creía que los suecos eran eficientes, pero aún nadie se ha puesto en contacto conmigo para ofrecerme un banner) y den mi nombre y me prohíban entrar como a las viejas al bingo de su barrio.

Como era de esperar, me he comprado dos libros. Me gusta mucho leer, pero creo que me gusta más comprar. No hay nada mejor que ir a la FNAC a mirar libros. Yo veo el título, miro la editorial, leo las pestañas… y la verdad, suelo acertar. Hoy han caído dos: _City_, de Alessandro Baricco, y _El curioso incidente del perro a medianoche_, de Mark Haddon. Este último viene avalado por las excelentes críticas de medio mundo, y como yo necesito seguridad… Por cierto, que me ha faltado un pelo (y dinero, que este mes voy fatal, gracias, Dios, por hacer un mes de 28 días) para comprarme _V de vendetta_ recién reeditado, seguramente para aprovechar el tirón de la peli.

Contenta y cargando con mis libros he llegado a Sol, y ahí ha llegado la segunda risa de la noche. Al dirigirme hacia la parada del bus, he visto el siguiente anuncio:


¡Qué talento el del publicista! ¡Qué forma de usar los medios más al alcance y lo que nos rodea (obsérvese que el edificio está en reforma, la calle en la que se asienta también, y hasta el semáforo anda ahí medio provisional) aunque sea para vender un producto. Lástima que muy pocos tengan dinero para pagar un viaje fuera de Madrid hasta que lo acaben.